Han trasncurrido nueve de días desde que se produjo la debacle del equipo más laureado del mundo frente a un Arsenal que afrontó la eliminatoria convencido de que era el momento propicio para bajarle los humos a su rival. El cual venía dando muestras evidentes de querer ganar sus encuentros sin bajarse del autocar. Craso error; no sólo por la valía del conjunto inglés sino porque el 'equipo merengue' corría menos que nunca y su juego era tan impreciso como carente de calidad. Y, por si fuera poco, su sistema defensivo estaba atiborrado de inseguridad.
Ningún entrenador es responsable de que sus jugadores fallen goles cantados. Pero deben asumir gran parte de culpa si el sistema defensivo otorga facilidades a sus adversarios. Debido a dejadez en los marcajes, a ser indolentes en las ayudas, en las anticipaciones y sobre todo permitir que los delanteros no corran hacia atrás cuando pierden el balón. Y qué decir de la flojedad defensiva en el juego por elevación. Y, por si fuera poco, el mejor equipo del mundo recibe goles nada más empezar a rodar la pelota.
Parece mentira que Carlo Ancelotti y sus ayudantes no hayan conseguido todavía meter en vereda a esos futbolistas que se pasan todos los partidos actuando con una comodidad apabullante; es decir, corriendo cada vez menos y esperando que les lleven la pelota hasta el sitio en que han decidido situarse como 'palomeros'. Semejante actitud rompe la armonía en el juego de conjunto que tanto se necesita cuando toca desbaratar ataques y contraataques. Encajar pocos goles es primordial. Los equipos que son batidos fácilmente, 'Verdad de Perogrullo', no consiguen sus objetivos.
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