Antonio Pedrocho tiene la costumbre de llamarme por teléfono en esta fecha y asimismo cuando el Real Madrid gana un título. A pesar de que es 'colchonero' desde que vestía pantalones cortos. A mi amigo lo conocí yo en el distrito de Carabanchel. Concretamente en el Campo de La Mina. Nuestra amistad principió siendo quien escribe jugador de ese club y Pedrocho un forofo del equipo nacido en el Sur de la capital de España en 1916. Ni que decir tiene que congeniamos en un amén.
Yo recuerdo que mi amigo no soportaba a los sujetos siempre dispuestos a dar coba en la esperanza de beneficio o trato de favor, sin importarle el daño que pudiera acarrear a terceros. En fin, que no soportaba a los tiralevitas. También motejados como estirachaquetas y estiralevitas: pelota, que hace la rosca para alzarse con el propósito que le guía. Por consiguiente, cuando hablamos me permito el lujo de regalarle el oído leyéndole lo que escribió al respecto Arturo Barea en La forja de un rebelde:
"¡Le odio! ¡Es un cerdo! ¡Un tiralevitas! Con sus veinte años de Banco tiembla delante de cada jefe. Le da vergüenza de mí ¿Qué ha sido él? Un infeliz como yo, huérfano, muerto de hambre. ...Todos los días va aún a casa de la abuela. En el bolsillo lleva bombones para el loro y la abuela se ríe cuando el loro coge los bombones... Cuando no está la abuela o el loro está solo en la cocina se quita el alfiler negro de la solapa de la americana, le pincha al loro a través de los hierros de la jaula y le llama ladrón, el loro grita y ha aprendido la frase. Cuando don Julián entra en la casa y el loro está allí, le suele gritar con voz ronca:
¡Ladrón! ¡Ladrón!
Tiene razón el loro. ¡Ladrón, cerdo, puerco, esclavo! ¡Todo, todo!".
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