Corrupción y privilegios en la política

José Luis Ábalo, ministro socialista, ha sido puesto en la picota. Expresión que se utiliza, como ustedes bien saben, como clara referencia al hecho de poner públicamente a alguien en evidencia y hacerle pasar vergüenza frente a otros al ser recriminado o amonestado por algún asunto. Al político valenciano se le tacha de posible corrupción y privilegios. Palabras odiosas contra las que se han alzado los hombres en todas las épocas. Palabras que separan, que dividen, que hacen distingos entre hombre y hombre y que ponen a los ciudadanos iracundos contra sus gobernantes.

Corrupción, como todos sabemos, no es siempre meter la mano en la caja de los dineros; a veces, muchas veces, implica ventajas, sobornos morales o reciprocidades. La corrupción es el síntoma de una enfermedad del Estado y también del cuerpo social. No hay nadie bueno, según dice San Agustín en 'Sus Confesiones'. Porque todos llevamos en nuestro interior el virus de la corrupción. Pero tampoco es menos cierto que mientras unos no se cansan de robar, otros quedan exhaustos por el simple hecho de intentar domeñar los deseos de hacerlo. Semejante logro, para más inri, cuya única recompensa consiste en ocupar un destacado puesto en el escalafón de los tontos. Algo que estamos cansados de oír a cada paso. 

Hay quien sostiene que buena parte de estos males arrancan de los partidos políticos y de su falta de poner remedio a tales males, lo cual se refleja en la sociedad. En realidad, si hay corruptos es porque hay corruptores. Y por tanto mucho me temo que la venalidad es algo imposible de cercenar. Por consiguiente, debería ser castigada con severidad. Es más, convendría exigirles a los políticos, que están bajo sospecha, la dimisión de sus cargos hasta que todo se aclare. 

Ética: "Los políticos honrados se quitan de en medio cuando cae sobre ellos la sospecha". Antonio Gala.