De los nacidos en Galicia se dice que son tan ambiguos que si los ve en unas escaleras es imposible saber si suben o bajan. Y Mariano Rajoy es un ejemplo. En su primera visita a Ceuta, un compañero de partido lo tachó de ser un comilón de mucho cuidado. Vamos, que tenía un saque difícil de superar. Es decir, que forma parte de los muchos que en su día dieron pie a que Fernando Díaz-Plaja nos tachara de glotones y nos adjudicara el pecado de la gula.
Cuando Díaz Plaja escribió al respecto, empezaban ya innumerables españoles a disfrutar por vez primera de lo que era sentarse a la mesa ante dos primeros platos, pan, postre y una taza de café que les aliviara del frío interior que padecían. Y es que el hambre que se venía arrastrando era de órdago a la grande. Hambre que nunca conocería un Rajoy perteneciente a una clase destacada de españoles. O sea, la que podía comerse dos platos de patatas con chocos y lo que viniera detrás, regados con el vino correspondiente, y fumarse un puro en la sobremesa.
Yo tomé el rumor como una exageración de quienes aún seguían pensando en que como Aznar no había ninguno... Y trataban por todos los medios de disminuir la figura de un gran parlamentario que contaba ya, entonces, con el privilegio de haber sido apadrinado por la mejor pluma de España: Francisco Umbral. No obstante, me quedé de piedra cuando supe que Mariano Rajoy, durante su visita a Ceuta, se había zampado dos platos de patatas con chocos y que estuvo a punto de pedir un tercero. Lo cual me confirmó que los rumores sobre su hambre canina era una verdad incuestionable.
Actualmente, me imagino que don Mariano Rajoy, dado que pasa parte de su tiempo en Alicante, se habrá adaptado a la Dieta Mediterránea por si decide regresar a la política activa. Debido a que su partido carece de candidatos con vitola de ganadores. Y es que un candidato con vientre cervecero está condenado a pagar en las urnas la obesidad adquirida por mor de bebidas espumosas.
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