El Barcelona lidera la Liga Santander. Pero sus jugadores no echan las campanas al vuelo. Aunque están convencidos de que el Madrid es incapaz de remontar ese lastre de nueve puntos que los separa. Ambos equipos han marcado casi los mismo goles: 47 los azulgrana y 46 los blancos. Sin embargo, la diferencia de tantos recibidos es abismal. El primero ha encajado 8 y 18 el segundo. Lo cual es motivo más que suficiente para que Xavi Hernández se sienta muy satisfecho de su trabajo. Puesto que el sistema defensivo lo organiza el entrenador.
No obstante, ayer me decía un amigo, que fue profesional del deporte rey, "que nunca conviene olvidar que el Madrid es capaz de cualquier proeza. Máxime cuando aún hay mucha tela que cortar. Y que, por consiguiente, él sigue convencido de que su equipo ganará todo lo que le queda por jugar. Por más que deba visitar San Mamés y el Nuevo Campo". No cabe la menor duda de que mi amigo, a pesar de haber sido un magnífico futbolista, tiene la fe del carbonero. Por lo tanto, ante esa confianza ciega en su equipo y el de un servidor, a mí no me cupo decirle otra cosa que desearle toda la suerte del mundo en su vaticinio. Y seguimos pegando la hebra.
Él, mi amigo Bernardo Calderón, opina que la defensa del Madrid es un coladero. Que los centrales han de acudir continuamente en ayuda de sus compañeros en los costados. De modo que facilitan la tarea de los delanteros contrarios. También el centro del campo se resiente y a su vez arrastra a los delanteros. En fin, que a mí no me queda más remedio, ante tales pareceres, que hablarle de esta guisa: "Verás, Bernardo, ¿cómo es posible que el Madrid sea tan imperfecto en todas sus líneas y tú vivas ilusionado con que acabará ganando el Campeonato de la regularidad?
Y, tras una pausa calculada, me responde de esta guisa: "Porque los madridistas fetén, y yo lo soy, estamos acostumbrados a que nuestro equipo haga milagros. Que es la mejor manera de disfrutar de un deporte en el cual las emociones han de prevalecer por encima de todo lo demás". Y se quedó tan pancho. Ah, se me olvidó preguntarle por el estado de su corazón.
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