Se avecina la Semana Santa. Y es en estos días cuando uno vuelve a darse cuenta de cómo es el "catolicismo a la española". Ese catolicismo especial que no puede compararse con el de cualquier inglés, francés o alemán. Pero la cosa viene de lejos. Por ejemplo: Cervantes, en una de sus novelas -Rinconete y Cortadillo-, nos ofrece este diálogo.
-¿Es vuesa merced por ventura ladrón?
-Sí -respondió él. Para servir a Dios y a las buenas gentes.
Del quinto mandamiento, "No matarás", el católico español es retratado así en un capítulo de Los siete pecados capitales de Fernando Díaz-Plaja. En unas memorias del siglo XVII cuenta el protagonista que su enemigo derribado le gritó: "No me mates, por la Virgen del Carmen". Y él contestó: "Has tenido suerte...: has nombrado a mi virgen y eso te salva. Si apelas a otra, no sales vivo". Ambas anécdotas nos retratan como católicos especiales a una mayoría ciudadana de una España tenida por tradicionalmente católica.
En España, tierra de santos y mártires, es verdad que lo mismo puede surgir el católico doctrinal y convencido, que incluso va más allá de los preceptos divinos y se dirige a los animales llamándoles "hermanos", como es el caso de San Francisco de Asís, quien acabó en los altares, que aparece asimismo el "católico especial" al que nos estamos refiriendo.
Católicos que nunca han sentido la necesidad de leer ni un solo pasaje de la Biblia y que se han ido conformando, si acaso, con las cuatro cosillas de andar por casa. Llámese plática o sermón del cura de su parroquia y el repaso del catecismo durante los años escolares. Y que en llegando esta Semana de Pasión se lanzan a las calles dispuestos a llorar, si es preciso, ante las imágenes. Todos ellos poseídos, sin duda, por la fe del carbonero
Tenía yo un amigo, muy popular, que sacaba a relucir su ateísmo en cuanto la ocasión lo requería. Le chiflaba la lectura y se había forjado una cultura autodidacta de vastas proporciones. Con él se podía hablar de casi todo. Pues su enorme curiosidad por saber le había convertido en un visitador permanente de hemerotecas y bibliotecas. Nada, pues, le era desconocido y se atrevía a mantener una conversación sobre los temas más impensables.
Mi amigo, como muchos de los que se han hecho con una culturita más que adecuada, era un magnífico conversador, orgulloso y hasta, si me apuran un poco, soberbio y dado a dejar en evidencia a cualquier listo de pacotilla. Estaba en posesión, además, de un sexto sentido para descubrir las malas intenciones de cualquier desaprensivo. Y nunca se le oyó, al menos a mí no me fue posible, una palabra en favor de la religión ni mucho menos de la Iglesia y de sus representantes.
Cuando estaba a punto de diñarla, y encontrádome yo a su vera, me pidió que me quedara con un crucifijo que tenía entre sus manos. Y, ante mi extrañeza, me dijo lo siguiente: "Lo he llevado siempre en el bolsillo derecho del pantalón y casi siempre sujeto por la mano". He aquí el mejor ejemplo del "catolicismo a la española".
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