Hoy, cuando son las cinco de la tarde, he terminado de releer Mi vida y otras más... Un libro que conservo como oro en paño, porque creo que no se ha vuelto a editar. Me lo regaló un vendedor de anuarios y goza de un sitio preferente en los anaqueles de mi modesta biblioteca. Se trata de la vida del doctor Antonio Puigvert: urólogo catalán, de fama universal y a quien reclamaban constantemente todos los personajes que podían permitirse el lujo de hacerlo cruzar el Atlántico para ser atendidos por él.
En España, cuando las vías urinarias más importantes empezaban a dar muestras de desgaste, llamar al insigne médico era como acudir al Ángel de la Guarda de un mal al que sólo él le tenía cogida la medida para mantenerlo a raya durante mucho tiempo. Por lo que don Antonio era recibido con todos los honores allá donde ponía sus pies. Como no podía ser menos para un reparador de braguetas tan solvente.
En la lista de sus pacientes aparecen Getulio Vargas, Nicolás Franco, Juan March, Joäo Gulart, Fidel Castro, Salvador Dalid, Pablo VI, Juan Domingo Perón, Agustín Muñoz Grandes, etc. Y fue durante la convalecencia de este general, después de haberle operado, cuando se produjo esta conversación. Por lo que cuenta el doctor Puigvert, Muñoz Grandes era un hombre a quien le gustaba llamar a las cosas por su nombre sin andarse con rodeos. Y esa forma de ser, a pesar de que ambos estaban separados por concepciones políticas abismales, facilitó el entendimiento entre ellos.
En uno de los viajes que el especialista hizo desde Barcelona a Madrid para comprobar el estado de su paciente, creyó conveniente responder así a la pregunta del laureado general sobre cómo estaba Cataluña y de qué pensaban los catalanes. Por aquello de que Cataluña había estado en el bando republicano durante la guerra civil y al finalizar se habían abolido por los vencedores todos sus fueros y privilegios e, incluso, se le había prohibido el uso de su propio idioma en múltiples circunstancias.
Pues bien, el doctor Puigvert cuenta que le respondió así: "Usted bien sabe mi general que en las malhadadas épocas de Felipe V, Barcelona, que había sufrido durante largos meses de sitio, epidemias, hambres y cañoneos de las tropas del duque de Berwick, se vio irremisiblemente forzada a capitular. Y cuando entraron los invasores se encontraron con un espectáculo realmente insólito: los catalanes, aquellos hombres que el día anterior estaban con las armas en las manos enterrando a sus muertos, se habían puesto a trabajar. ¡A trabajar!...
Muñoz Grandes, según relata el gran urólogo, se impresionó y le dio vía libre para continuar diciendo: "Creo que si al término de nuestra guerra civil, en lugar de castellanizar a Cataluña, como se pretende, se hubiesen dedicado los esfuerzos a catalanizar España, habríamos salido ganando todos". Y el general, conmovido y pensativo, durante un tiempo prudencial, le respondió así: "Puese que usted tenga razón".
Moraleja: ¿Cómo fue posible que un talento de la medicina, un hombre sabio y tan vivido, pudiera caer en semajente tópico y recomendarlo como receta que bien pudiera acabar con los problemas nacionalistas que habían surgido con fuerza en el siglo XIX y, de paso, hacer de España un país fructífero y grande, si acaso sus habitantes se ponían a currelar con el mismo ahínco que lo hacían los nacidos en su tierra? ¡Qué desprecio por las demás regiones! Sobre todo por esa Andalucía que exportaba mano de obra a tutiplén y que tanto contribuyó a que Cataluña creciera en todos los aspectos.
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