Un amigo se extraña de que yo no escriba siquiera unas líneas del Tour de Francia. Por ser un espectáculo deportivo de tantísima importancia y en el que los ciclistas españoles han destacado sobremanera a lo largo de la historia de la carrera más famosa del mundo. Y, claro, no tengo inconveniente alguno en decirle que hace ya bastantes años escribí al respecto.
El mes de julio ya no es el mismo desde que Miguel Induraín decidió un día bajarse de la bicicleta y dejarnos a sus innumerables seguidores sin poder presumir ante los chauvinistas franceses. Envidiosos ellos de un ciclista que nos proporcionaba la alegría de verlo imponer su poderío por unas carreteras que cruzaban campos cuidados como jardines.
El Tour, desde que Induraín se retiró, perdió todo su interés para mí. Y hasta me alegré de esa retirada que me permitió emplear mejor mi tiempo. Pero aún suelo malgastarlo viendo cada año los encierros de los sanfermines. Y ni que decir tiene que lucho a brazo partido para evitar semejante dispendio de una parte del día que vale su peso en oro.
Por consiguiente, hace ya un mundo que no veo ninguna competición de ciclismo. De ahí que no escriba de un deporte que admiro por su dureza. Y del cual don Camilo José Cela decía: "Quienes exigen más y más desde sus televisiones contemplando las caras de sufrimiento de los ciclistas que una técnica impecable -cámara a bordo de los helicópteros o colándose gracias a una motocicleta en medio del pelotón- nos ofrece, ¿creen que semejantes esfuerzos puedan hacerse en condiciones normales? Esa es la pregunta que jamás tendrá respuesta.
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