Durante muchos años, pero muchos, se repetía la misma cantinela: "Son contados los lugares públicos, cafeterías y restaurantes, a los que se puede acudir con el propósito de disfrutar de una agradable, serena y pausada conversación. El ruido, hoy, lo invade todo; el único remedio es acostumbrarse a él. Por ese motivo, y por algunos otros que ya no tienen que ver con las inconveniencias del medio ambiente sino de el modo de comportarse del individuo, se perdió, casi, algo tan interesante, tan enriquecedor como es el placer de la conversación, fruto de aquellas tertulias de café
Es imposible conversar a voz en grito. El grito es una agresión; significa una invasión al oído ajeno. Y el grito simultáneo -la conversación (!) entre dos, tres o cuatro personas que gritan a la vez- es un perfecto disparate. "Lo más importante de una conversación es la oportunidad del silencio", dijo Oscar Wilde, uno de los mayores conversadores de la historia. Precisamente, es silencio lo que falta. O, mejor dicho: el problema es que está mal repartido; lo hay cuando no lo tendría que haber -nadie saluda, nadie se disculpa, nadie da las gracias-, y no lo hay cuando es indispensable. Verbigracia: en las salas de cine; donde a menudo se encuentran personas que se dedican a comentar la película como si estuvieran en el salón de su casa.
Un día apareció el Covid-19 y se hizo un silencio sepulcral. Las calles quedaron desiertas. Los escasos transeuntes que se divisaban desde los balcones parecían más que andariegos corredores de velocidad. Nadie osaba pararse con nadie. Y, en cualquier cola, un simple estornudo era motivo de alarma entre quienes la guardaban. El autor del ¡achís! sentía las dudas que se cernían sobre su más que posible infección. Así que deseaba fervientemente darse el piro del lugar cuanto antes. Reinaba, entonces, un silencio sonoro, preñado de miedos y sobre todo del miedo al miedo; que es una angustia irracional que trastorna todos los sentidos.
Pues bien, cuando paseo por la ciudad, me he percatado de cómo las terrazas de bares y cafeterías están repletas de un público que no guarda las distancias recomendadas, que habla a voz en cuello y que ha decidido hacerle una higa a las mascarillas. Es decir, un público que ha recuperado el deseo de vivir por encima de un virus que, según los expertos, todavía permanece entre nosotros. ¿Me ha dicho usted que no le gusta ese proceder?... Pues ya sabe lo que tiene que hacer: "Reclamar al maestro armero".
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