Mi anaquelería está repleta de libros leídos y de muchos otros que esperan, al menos, que les dispense el favor de ojearlos. Confieso que reposan desordenadamente. De modo que en ocasiones me cuesta lo indecible buscar un ejemplar con el fin de releerlo. Que es lo que me ha pasado, hace nada, con Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, escrito por Edward Gibbon. La cual constituye una de las obras clave para entender los fundamentos de la cultura occidental, pero además, como dice Jorge Luis Borges, recorrer sus páginas es "internarse y venturosamente perderse en una populosa novela, cuyos protagonistas son las generaciones humanas". Una lectura que resulta aún más grata gracias al ingenio y a la fina ironía de Gibbon.
Declararse lector es exponerse a que lo tachen a uno de cualquier cosa improcedente. De ahí que haya muchísimas personas que mantienen en silencio su pasión por la lectura. Leer es un ejercicio difícil. Por muchas y variadas razones y sobre todo porque va minando la vista sin solución de continuidad. Hasta el punto de arrasarla. Tampoco conviene echar en saco roto el precio de los libros. Aun así, merece la pena quemarse las pestañas: Frase que pronunciaba, a veces, mi siempre recordado David Almorza Salas; profesor de Literatura en el Colegio de la Pescadería de mi pueblo.
Hoy, la víspera de la celebración del Día Internacional del Libro, he decidido leer -durante un buen rato- El don de la palabra (Antonio Gala). Y me he topado, otra vez, con esta sentencia: "A veces pienso que Darwin se equivocó y que en realidad el hombre desciende del cerdo, porque en ocho de cada diez homínidos hay un chorizo esperando a ser descubierto". No hay nada mejor que celebrar el Día Mundial del Libro comprando un ejemplar para leerlo de cabo a rabo y con conocimiento de lo que trata. Lo cual no deja de ser una gozada.
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