Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

sábado, 29 de enero de 2022

La soberbia norteamericana

Avanzados los años sesenta, mientras hacía el curso de entrenador regional de Fútbol, solicité un puesto de trabajo que había salido a concurso en la Base Naval de Rota. Concretamente en un departamento conocido como Fleet Weather Center. Nos presentamos tres aspirantes. Durante la espera, que se nos hizo muy larga, comprobé que era yo quien chamullaba menos inglés. Así que acepté inmediatamente mi desventaja y por lo tanto llegué a la entrevista con la tranquilidad de quien se siente perdedor de antemano.

A mí me tocó pasar a la oficina de la examinadora en tercer lugar. La señora hablaba castellano. Y me hizo tres preguntas. Mis respuestas fueron concretas y verídicas. Aún recuerdo su veredicto: "El puesto de trabajo es suyo".  Lo que no sabía aquella señora, nacida en California, es que yo, por si acaso la suerte me acompañaba, había leído los Pecados Capitales: libro escrito por Fernando Díaz Plaja y que me había recomendado y prestado el bibliotecario del Ayuntamiento de mi pueblo. Y que trata de Los siete pecados capitales en U.S.A.  Así que hablaré sobre la soberbia.

Todo norteamericano crece con la seguridad en su ambiente, con la conciencia de pertenecer al más importante entre los países del mundo, el de mayor potencia militar y económica, el vencedor hasta ahora de todas las guerras emprendidas, el que ofrece al individuo el más alto nivel de vida conocido hasta ahora con gran diferencia con el de su más inmediato seguidor en la pugna por la primacía política: Rusia. Algo que debía tener en cuenta durante mi trato con el personal del centro meteorológico.

La soberbia americana se basa en su sistema político, que, aun reconociendo sus defectos, consideran el mejor del mundo. Este sistema está basado en la democracia, en la elección de sus gobernantes por el pueblo. No han conocido otro sistema ni tienen interés en conocerlo. De modo que jamás me dio por hablar del Vietnam. Ni siquiera con los militares que llegaban a la Central Meteorológica procedentes de la guerra. Debido a que ellos tenían la seguridad de que sus acciones, incluso las más brutales, estaban basadas en un ideal. 

De la misma manera que en sus películas primitivas había siempre buenos y malos, los primeros en caballo blanco, los segundos en caballo negro, igualmente el mundo político está dividido en dos grandes grupos con Estados Unidos a favor de lo que es moral y de lo que es justo. Esta seguridad moral es la que agrava la violencia del americano cuando descarga su ira contra alguien, llámese Hitler, Japón, los comunistas. Es entonces cuando deshacer al enemigo se convierte en una empresa casi santa. La soberbia americana también se basa en un sistema económico del que, sin negar las injusticias, consideran el mejor del mundo.

También llegué a mi trabajo enterado de que mencionar el nombre del presidente de Francia, Charles de Gaulle, era como mentar la cuerda en la casa del ahorcado. El general era odiado. A pesar de que los americanos adoraban París. Ahora bien, los americanos estaban dispuestos a aceptar de Francia lecciones de saber vivir, amar, como, en general, de toda Europa; siempre que el maestro sea política y económicamente modesto, de la misma forma  que los orgullosos romanos admitían la superior cultura griega y contrataban en el derrotado país los maestros para sus discípulos. Pero ¡que no hablen como a iguales en lo político y en lo militar y de arriba abajo en lo cultural.

Cuando De Gaulle perdió puestos en las elecciones de 1966 los comentaristas estadounidenses dieron la noticia encantados: a pesar de que esos escaños los había ganado la extrema izquierda infinitamente más antiamericana. El orgullo de los norteamericanos es evidente. 

 


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