Si a usted le preguntaran por Pedro González López, aunque sea muy aficionado al fútbol, seguramente no pensaría que se trata de un futbolista. Pero si le hablaran de Pedri, no tengo la menor duda de que no dudaría en decirnos que es un jugador del Barcelona que ha sido internacional a edad temprana y del cual no se cansan de hablar los medios de comunicación. Los aduladores se prodigan en elogios a alguien a sabiendas de que es lo peor que se debe hacer con un futbolista que empieza su carrera.
En la sociedad y en el país en que vivimos, lo terrible de la fama a destiempo no es nunca que envanezca, sino que inutilice e invalide. Alguien dijo que el único éxito fértil es el de ser aceptado y entendido. Pedri obtuvo ya ese logro. Así que bien harían los gacetilleros en no dorarle la píldora por sistema. Del éxito se ha dicho que es como el whisky: la primera copa tonifica, la segunda excita, la tercera trastorna y la cuarta tumba. Y no sería la primera vez que alguien situado en la cima de la montaña acaba deslizándose por la ladera conducente a la sima.
No creo que el elogio de Luis Enrique a Pedri, días atrás, fuera oportuno: "Lo de Pedri no se lo he visto a nadie, ni a Iniesta a su edad". Y no porque las comparaciones sean odiosas, no; sino porque ya se había terminado la Copa de Europa de Selecciones y por tanto los estímulos sobraban. Imaginemos que Ronald Koeman piensa que la titularidad de Pedri no es necesaria en su equipo. ¿Qué dirá el seleccionador entonces? ¿Se inmiscuirá en el problema? ¿Será capaz de decir a voz en grito que Pedri está ya a punto de no ir a la zaga de Lionel Messi?
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