La figura del falso 9 es conocida también como delantero centro flotante. Alfredo Di Stéfano, a principios de los años cincuenta, desempeñó esa misión desconocida por aquí y la llevó a cabo con tanta maestría como para sembrar el pánico entre los defensas. Debido a que éstos no se atrevían a seguir sus andanzas por el césped.
Hablando un día con Carlos Iturraspe, cuando era miembro del cuerpo técnico del Valencia, para que me cediera a Mario, jugador del Mestalla, le dije que si era consciente de que el marcaje de Mangriñán a Di Stéfano, allá donde fuera, cambió el fútbol. A Iturraspe se le alegraron los ojos. Pues no en vano fue él quien dirigió ese partido ganado por su equipo (1-2) en el Bernabéu. Debido a que la estrella del Madrid fue anulada por el jugador nacido en Vall de Uxó.
A partir de entonces, a medida que el juego iba evolucionando, los entrenadores fueron aprendiendo lo ventajoso y lo perjudicial que tiene jugar con un nueve de esas características. Lo provechoso es que el técnico adversario se quede con los brazos cruzados frente al falso 9. Poniendo en peligro la victoria de su equipo. Y lo perjudicial para el otro es que se le combata esa disposición desde que el balón comience a rodar.
Así que grande fue mi sorpresa cuando ayer me percaté de que Roberto Mancini, conociendo la alineación de España, se quedara con los brazos cruzados... Permitiendo que La Roja dejara a Bonucci y Chielllini sin referencia de marcaje y ganando el centro del campo por sumarse Dani Olmo a esa zona vital. Error de bulto en cualquier entrenador. Y mucho más si se trata de un italiano: tan dado ellos a hablar de tácticas, estrategias y cosas por el estilo.
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