Leer a Lázaro Carreter en El Dardo en la Palabra o en El nuevo dardo en la palabra es un placer del cual no me privo. Tengo ambos libros a mano para seguir estudiando mi lengua y de paso divertirme con las ocurrencias del maestro acerca de quienes se empeñan en destrozarla. Así que he accedido a la página 258 donde hay un dardo cuyo título es el siguiente: Culmina el tema.
Como es lógico me toca abreviar su escrito: "La acepción correcta apenas respira ya entre las flatulencias que han henchido el vocablo: "¿Casarme? Ahora no pienso en el tema"; "Si es precisa una huelga para que la gran patronal entre en razón, no dudaremos en el tema"; "La jornada laboral de cuarenta horas es un tema incompatible con la creación de puestos de trabajo"; "Aborto, detenido un médico que practicaba el tema".
Lo notable es que esta tumefacción, a diferencia de otras, ha calado en todo tipo de hablantes; se desplaza con idéntica soltura en Volvo que en Metro; emerge igual de cabezas con cabello asilvestrado que de cráneos mondos; media entre el coronel y el recluta, entre la empleada de hogar y la empleadora, entre el terrateniente y el limpiabotas. Asistimos a su triunfo universal. Y la causa es obvia: se trata de un comodín que evita pensar; colocado en cualquier lugar de la frase, equivale a la palabra que allí haría falta. No forma brillantes escaleras de color, pero permite jugar con fulls fuleros -dice don Lázaro.
Tanto tema está provocando una aguda microcefalia en no pocas personas que vemos los partidos de fútbol en Cuatro y Telecinco. Una disminución de sesera debida a que hay un comentarista capaz de pronunciar cuarenta o cincuenta veces el dichoso vocablo. El opinante, además de haber sido un magnífico futbolista, es agradable. Pero alguien debería decirle que esa palabra se ha convertido en una tortura para muchísimos televidentes. O sea.
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