Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

jueves, 29 de julio de 2021

El obligado arte de la seducción pública

Decía Emilio Romero que los primeros pasos de la restauración democrática se hicieron con tres guapos y seductores, y tres inteligentes y poco afortunados en sus figuras físicas. Los guapos y seductores fueron el Rey, Adolfo Suárez y Felipe González. Los otros -los menos atractivos- fueron Torcuato Fernández Miranda, Manuel Fraga y Santiago Carrillo. Los resultados estuvieron a la vista. El gran inspirador de la restauración fue el Rey, y todos le ayudaron. 

Adolfo Suárez y Felipe González fueron los políticos representativos del poder y de la oposición. Y el destino de los otros fue el siguiente: Fernández Miranda pasó al ostracismo interior al poco tiempo; Manuel Fraga no obtuvo más que quince diputados; y Santiago Carrillo, que fue el gran activista contra el régimen del general Franco, y que soñaba con un vigoroso partido comunista como en Italia, no alcanzó otra cosa que veinte diputados.

Emilio Romero se preguntaba: ¿Sabían algo del Estado Adolfo Suárez y Felipe González? Muy poco. Adolfo se había movido en el viejo régimen, cercano al poder y sirviendo a algunos personajes poderosos. Carecía de curiosidad intelectual, literaria, histórica, sociológica... Su horizonte era siempre el poder como ambición. Felipe González era un abogado laboralista con escaso ejercicio. Adolfo y Felipe, sin embargo, tenían el "demagógico arte de la seducción pública", y eran dos demagogias diferentes. 

Adolfo Suárez representaba la demagogia blanca, el atractivo de un joven valeroso de derechas, un modelo de clase media y grandes almacenes, sin exageración de figura, y con un modo excepcional de sonrisa y de abrazos. Felipe González representaba la demagogia roja de buen tono, la seducción de un muchacho moderno de izquierdas, un poco agitanado, moro y flamenco, y hasta con cierto aire de guerrillero centroamericano, con hábitos europeos recomendados por Willy Brandt. Lucía camisas a cuadros, su demagogia era la redención con buenas formas, levantaba el puño sin ira y con triunfo, y sonreía muy bien. Termina el maestro Romero de esta guisa: "Con estos materiales hicimos los primeros años de nuestra democracia".

La figura de Pedro Sánchez le ayudó a ganar las elecciones sin que arrollara en las urnas. Las cámaras de televisión le quieren más que a Pablo Casado. Lo cual es una ventaja que no cesa. Sabido es que la Moncloa va quemando a su inquilino... Pero tampoco es menos cierto que éste va adquiriendo conocimientos y tablas suficientes para hacerse fuerte en el poder. Casado, desgraciadamente para su partido, va perdiendo peso. A pesar de que fue elegido por ser el hombre con más galanura del PP. Y así lo airearon en su momento las mujeres más destacadas de los populares.

Pablo Casado es apuesto, si duda alguna; aunque le falta el demagógico arte de la seducción oral. Esa que le sobra a Juan Vivas -alcalde de Ceuta- y con la que lleva más de veinte años engatusando a tirios y troyanos. Seducción que va acompañada por una cara de bueno que no se puede aguantar. Eso sí, carece de la adecuada figura corporal para aspirar a la presidencia de la nación. ¡Qué pena!...





 



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