Aún no se ha borrado de mi mente lo ocurrido durante los primeros meses del año 2020. En enero, concretamente, supimos que había fallecido una persona en Tenerife por mor de la COVID-19: la cual había ya dado ya muestras de su gravedad en Italia. A medida que la enfermedad avanzaba los miedos iban aumentando sin cesar. Los contagios se producían sin solución de continuidad y los hospitales comenzaron a dar señales de impotencia por carecer de medios y de personal sanitario.
El mes de marzo fue horrible: la gente se moría a chorros y el terror nos hacía evitar todo contacto con personas que no convivieran con nosotros. El Gobierno recurrió al estado de alarma y nos recomendó el uso de mascarillas. Lo cual generó problemas de toda índole. Puesto que es bien sabido que en estas situaciones siempre hay individuos dispuestos a traficar con los elementos necesarios para hacerle frente a las infecciones. Ya ocurrió con la penicilina en los años cuarenta del siglo pasado.
Emisoras de radio y televisión informaban día y noche del número de fallecidos y asimismo de los contagiados. Los virólogos, médicos y expertos en pandemias llenaban los platós de TV para dar su versión de lo que estaba ocurriendo. Lavarse las manos a cada paso era en aquellos momentos el mejor antídoto contra la infección que mataba. El estornudo de uno de los nuestros nos ponía zozobroso. Cualquier atisbo de resfriado nos inquietaba. En suma: los miedos se multiplicaban cada día.
Las familias salían a los balcones -cada tarde- para cantar 'Que Viva España' y sobre todo para homenajear a los encargados de salvar vidas. A la par que se invocaba a todos los santos para que se nos dijera que, al fin, había un laboratorio dispuesto a entregar las vacunas para hacerle frente a tan grande mal. Las ciudades, durante la noche, parecían territorios propicios para el deambular de los fantasmas. Los hosteleros ponían el grito en el cielo y se lamentaban de que el cierre de sus negocios les llevaría a la bancarrota. Infinidad de personas sufrieron pérdidas humanas y económicas. Aumentaron los trastornos de toda índole. Y muchas enfermedades crónicas dejaron de recibir los tratamientos adecuados en los hospitales.
Expresamos nuestra alegría con la vacunación. Si bien hemos seguido usando la mascarilla y cumpliendo las medidas de seguridad aconsejada por las autoridades sanitarias. Nos hemos acostumbrado a vivir con precauciones. Y desde luego nada será igual que antes. Por más que los espectáculos públicos hayan empezado a distraernos lo suficiente como para que no sigamos dándole vueltas a la cabeza por tenerle miedo el miedo.
Por todo ello me parece una desgracia que cientos de jóvenes procedentes de Marruecos hayan cruzado la frontera portando el virus. Y, claro, no tengo más remedio que acordarme de quien ha propiciado semejante atropello por haberse metido con la política exterior de Marruecos en relación con el Sahara. Pablo Iglesias es... Lo que todos sabemos.
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