Alguien dijo que un crítico puede ser constructivo, pero nunca llegará a ser objetivo. Y decía verdad: Porque obrar inspirado en la razón es superado por los impulsos afectivos. Pero tampoco es menos cierto que la pasión como opinante puede minimizarse, si uno se lo propone, siempre y cuando no haya por medio intereses creados. Aunque sé lo mucho que cuesta airear los errores del equipo que uno eligió cuando aún vestía pantalones cortos. Primordial, es por tanto, no excederse en los halagos ni tampoco en las críticas acerbas. Lo dicho es válido tanto para el equipo como para cualesquiera de sus componentes.
Los fichajes del Madrid son siempre mirados con lupa. Y qué decir si el contratado es un defensa cuyo traspaso costó 50 millones de euros. Pues que se suscitan las críticas adversas mucho antes de que el futbolista demuestre el motivo por el cual el club ha pagado tanto dinero. Ocurrió con Militâo como sucede con los toreros que triunfan en la Maestranza de Sevilla y cuando llegan a la plaza de toros de las Ventas del Espíritu Santo (Madrid) lo están esperando para ajustarles las cuentas si acaso no tienen su tarde. Sucedió, cambiando lo que haya que cambiarse, con el jugador brasileño en El Collado: Campo del Alcoyano
Me imagino la mucha quina que Éder Milítâo habrá tragado desde entonces hasta ayer o anteayer, que para el caso es lo mismo, al verse considerado como un maula. Sin que nadie cayera en la cuenta de que, a pesar de su juventud, es internacional con Brasil. Aunque durante todo ese tiempo el jugador no dijera ni pío. Ni siquiera rebatió con brío las agrias críticas para demostrar que no estaba asustado ni padecía de miedo escénico. Incluso jugó algún que otro partido en el lado siniestro como central, siendo derecho, y cumplió con su cometido.
Zinedine Zidane, debido a las bajas de Sergio Ramos, Mendy y Lucas Vázquez, se vio obligado a recurrir a Éder Militâo. Y éste, a la chita callando, ha demostrado que es un zaguero como la copa de un pino. Con recursos suficientes para jugar a pierna cambiada. Y sobre todo para mostrar toda su valía cuando lo hace en la demarcación derecha o en el centro de la defensa acompañado por dos centrales más. El jugador brasileño ha pasado, en un amén, de ser tenido por un cualquiera a verse atiborrado de ditirambos. Bien haría Militâo en evitar que el éxito lo trastorne. Dado que, en cuanto cometa el mínimo error, las cañas volverán a convertirse en lanza. Lo cual hubiera ocurrido si ayer la cesión a Courtois hubiera acabado con el balón dentro de la portería. O sea.
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