La máxima influencia que el lenguaje ejerce sobre el comportamiento humano en general posiblemente se deba a que, por su mediación, se crean y modifican las actitudes. Y las actitudes, las predisposiciones en favor o en contra de lo que sea, determinan los comportamientos. Si oigo que "los vagabundos son peligrosos", aun sin tener experiencia directa de este grupo humano, tiendo a comportarme ante ellos como si la hubiera tenido (y desgraciada). Es el resultado de la asociación que se establece entre la palabra "peligroso" -de claro significado emocional negativo- y la palabra "vagabundo". Así se gestan los prejuicios.
Si alguien me dice: "Fulano es un anarquista", y si por mi experiencia previa el término "anarquista" me suscita desasosiego, la citada asociación verbal puede conseguir que Fulano "me caiga mal". Si tal cosa sucede, me comportaré ante él de modo distinto a como lo haría de no haber escuchado el comentario en cuestión, pese a que, posiblemente, el susodicho Fulano cuente con centenares de características personales que sí pueden caerme bien.
Hace ya tiempo que servidor superó semejante aprensión. Asumiendo que todo el mundo tiene derecho a ser lo que quiera...; siempre y cuando no dañe los intereses de otras personas sin solución de continuidad. Todos tenemos en nuestro historial algún hecho del cual disentimos. Con los años, el orgullo va decreciendo a la par que lo hacen los defectos de humanos. Ahora bien, no es conveniente olvidar el maltrato recibido por parte de quienes obraron reiteradamente con el único fin de hacer daño. Simple y llanamente para que no vuelvan a las andadas.
Mis peores enemigos son aquellos que saben lo que yo sé sobre ellos desde hace ya un mundo. Son pocos. Muy pocos. Forman una pareja de políticos. La pena es que jamás han dado muestras de inteligencia. Es lo único que me afecta.
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