Escribir es cada vez más difícil. Debido a que hay una hipersensibilidad social muy fuerte y cualquier desliz que tengas te maltratan en las redes. Más o menos es lo que decía ayer o anteayer, que para el caso es lo mismo, el maestro Raúl del Pozo. Por tanto conviene tentarse la ropa antes de opinar de cualquier asunto que haya generado polémica.
Ayer estuve a punto de emitir mi parecer sobre lo ocurrido en el Cádiz-Valencia. Pero preferí no hacerlo en caliente. Porque lo sucedido entre Cala y Diakhaby sólo lo saben ellos. El racismo no consiste en creer que hay razas diferentes, sino en creer que la nuestra es superior y obrar en consecuencia. Los racistas generan violencia. Y sus comportamientos producen rechazos verdaderos y también propician condenas de hipócritas. Que son las peores.
Cala, que ha jugado en varios equipos, habrá tenido compañeros negros y celebrado con ellos goles y compartido momentos alegres y tristes. Tiempo suficiente para saber que el hombre negro y el hombre blanco tienen la sangre roja. Y hasta puede que haya discutido con el negro o los negros de su equipo por cuestiones relacionadas con el juego. Incluso habrán intercambiado denuestos. Más o menos como mandarse a la mierda en el idioma correspondiente a cada cual. Y aquí paz y después gloria...
Lo ocurrido ayer en el Carranza se ha salido de madre. Cosas peores se dicen en los terrenos de juego y no son causa de escándalo. Ahora bien, Juan Cala, curtido ya en mil batallas futbolísticas, no cayó en la cuenta de que la palabra mierda es un insulto referido a una persona a la que se desprecia. La cual, combinada con negro, es actualmente una bomba de relojería. Así que el jugador del Cádiz deberá apechugar con las consecuencias. En cuanto a Diakhaby, a medida que pasen los días, se preguntará si le ha merecido la pena ser el centro de la bulla que ha generado con su proceder.
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