Madrid es invadida por la juventud francesa

En el cine del franquismo la censura era total. Los besos tenían que ser castos y todo lo correspondiente al sexo había que imaginárselo. De ahí que muchísimos españoles viajaban a Perpiñán para darse un atracón de cine erótico y pornográfico. Fanáticos de los primeros planos, regresaban a sus ciudades tan eufóricos como dispuestos a narrar las escenas vividas en Francia como expertos en voyeurismo. Tras haber conducido hasta el extásis sus empolvadas imaginaciones, repletas de telerañas que en ellas se habían acumulado durante cuarenta años.

Lo escrito me viene a la memoria mientras veo -por televisión- a los franceses invadiendo Madrid durante sus vacaciones o fines de semana. Y sobre todo presto atención al motivo por el cual han elegido la capital de reino. Y todos dicen lo mismo: "Aquí las restricciones no son tan severas como en Francia. Y en Madrid  hacemos lo que nos apetece". Lo que les apetece tanto a los gabachos como a las gabachas es lo que les está prohibido a españoles y españolas. Es decir, saltarse las normas establecidas a la torera. Las que infrigen por importarles un carajo -perdonen el palabro- contaminar y contaminarse.

Me imagino a los encargados de mantener el orden público en los madriles haciendo la vista gorda con tales infractores. Por saber que las autoridades ven con buenos ojos que esta patulea, ávida de fiestas en las que corre el alcohol y surgen los contactos de toda clase y condición, haga de su capa un sayo, debido al dinero que gastan... El cual, y perdonen que vuelva a la frase hecha, no deja de ser Pan para hoy y hambre...