Karl Popper, filósofo austriaco, dijo -en la década de los ochenta- ser partidario del bipartidismo en la democracia. En aquel tiempo, recuerdo que muchísimos políticos españoles suspiraban por el pluripartidismo a la italiana, cuando ese pluripartidismo no es otra cosa que la gran corrupción de los políticos en orden a su presencia en el poder, respecto a sus dogmas y sus programas.
Un profesor universitario, con quien yo compartía tertulia en la sala de estar de un hotel de mi pueblo, cada vez que el tema salía a relucir, respondía a media vuelta de manivela: "Ese pluripartidismo del cual habláis no es otra cosa que la gran corrupción de los políticos en orden a su presencia en el poder, respecto a sus dogmas y sus programas". Y cerraba su intervención así: "La gobernabilidad es también más peligrosa cuando se reúnen muchos diferentes para gobernar o para distribuirse la tarta".
No obstante, mi amigo decía que tampoco era malo que existiera, al lado de dos grandes fuerzas políticas, algún partido testimonial para consolación o para la facilitación de una mayoría en el poder. E insistía: "Lo ideal, en cuanto a la autoridad y a la gobernabilidad, es que haya una fuerza homogénea o coaligada en el poder y otra fuerza -sola o en coalición- en la oposición. Y que exista cierto equlibrio entre ambas".
El PSOE ya no es el partido de la época de Felipe González. Y qué decir del Partido Popular... Ambos han perdido el oremus y de eso se han aprovechado Unidas Podemos y los nacionalismos. "Los nacionalismos son incompatibles con la democracia y la libertad. Han sido la desgracia de este país". Así lo manifestó Vargas Llosa en una entrevista publicada en ABC. En enero de este año.
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