Sé que no me van a creer. Así que juro por todo lo habido y por haber -lo cual me desagrada- que lo que voy a decir es verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Por lo cual espero, queridos lectores, que no lo achaquen a que, con los años, he aprendido a no tomarme en serio a los demás. Como hacen ya muchos ceutíes cuando oyen decir a nuestro alcalde que no se presentará a las próximas elecciones. Debido a que ese anuncio se ha convertido ya en algo habitual desde hace la tira de tiempo.
Yo sí creo que a Juan Vivas -tras más de dos décadas dirigiendo los destinos de esta ciudad- le agradaría renunciar a su candidatura. Pero teme las consecuencias. Porque a partir de ese momento pasaría a engrosar la lista de personas sin cargos que se aburren como una ostra y sufren el silencio de ese teléfono cuya sonoridad permanente les permitía creerse todopoderosos. Seres intocables... Ebrios de adulaciones por parte de lameculos profesionales. Quienes serían los primeros en bisbisear maldades contra ellos.
Yo tuve tiempo, hace ya muchísimos años, de conocer a Juan Vivas. Y pronto entendí que cualquier empresa que emprendiera con él estaba destinada al fracaso. Aun así lo intenté. Y asumí mi error. Si bien es cierto que nunca olvidé lo ocurrido. Ahora bien, sería tan incomprensible como absurdo no reconocer sus méritos: lleva la friolera de veintiún años sentado en la poltrona municipal. Por más que su popularidad haya menguado hasta límites insospechados y asimismo sus votantes.
Un día le pregunté, en una entrevista, si ser bajito de estatura influía en su modo de proceder en la vida. Y su respuesta fue la siguiente: "Yo actúo en la vida como Iniesta en el campo de fútbol. Es decir, con las habilidades propias de quienes no podemos ir al choque...". Y a fe que las ha llevado a cabo sin que le tiemble el pulso. Y para demostrarlo ahí están los nombres de cuantos tuvieron que tomar las de Villadiego por causarle molestias al regidor.
Vivas es astuto, desconfiado, lisonjeador de poderosos y posee una humildad prefabricada que vale un Potosí para estar en la política activa. Es capaz de saludar como un japonés y estar bisbiseando inconvenientes contra la persona festejada. Lo cual no deja de ser un arte. Maña de quien no halla otro modo de causar la mejor impresión. Jamás le ha visto nadie meterse la mano en el bolsillo para pagar unas copas. Su coartada es que no le agrada hacer ostentaciones. Lo cual hacía ya mucho antes de ser alcalde.
Uno, sin ánimo de presumir, podría hacerle su etopeya; esto es, describir a nuestro alcalde ampliamente. Mas no creo que merezca la pena. Ya se la harán, cuando deje de ser alcalde, quienes le dijeron en su momento: "A mandar, Juan, que para eso estamos". Por ser colocados a dedo o bien por ser elegidos para un cargo. Los mismos que luego fueron despechados y hubieron de salir por la puerta de servicio. Por consiguiente, ya sabe nuestro alcalde lo que le espera cuando no lo sea.
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