Repasando mis apuntes, lo cual hago a menudo, me detengo en uno que lleva el nombre de José Luis Alvite: escritor, periodista y columnista. Cuyo fallecimiento se produjo en enero de 2015. Nacido en Santiago de Compostela, Alvite era en esos momentos el mejor representante del humor gallego. Tierra en la que más cultivadores del humor han surgido y donde la socarronería se ha hecho proverbial. Entre otros, cabe recordar a Julio Camba.
Yo leía a mi admirado Alvite y hasta le escuchaba atentamente y con no poca fruición cuando contaba, en el programa de Carlos Herrera, sus historias desde el Savoy. Cierto día, en una de sus crónicas, le dio por hablar de la prisa. "Yo siempre he creído que la prisa echa a perder la elegancia y que ni siquiera en la circunstancia de un naufragio hay que perder la compostura. El general George Patton pudo haber entrado en la Historia como un tipo elegante si no fuese porque le corría prisa por ganar la guerra".
Rico en imaginación, esa loca de la casa, Alvite era capaz de lograr una metáfora como si fuera coser y cantar. Aunque sabía, por ser maestro del oficio de escribir, que no convenía abusar de esa figura literaria. Así que nos la servía con cuentagotas. De modo que siempre nos dejaba con la miel en los labios y ávidos de que llegara el día siguiente para volver a disfrutar de otra perla acorde con su clarividencia.
A propósito de la prisa, yo he llegado a la conclusión -mi trabajo me ha costado- que nuestra vida se desperdicia por ella. La vivimos como una carrera constante hacia una especie de "tierra prometida", en busca de algo que no sabemos qué es. Si lo supìéramos podríamos al menos esperar encontrarlo. Nos apremian incesantemente tres estímulos: sexo, dinero y éxito. No podemos detenernos. Y lo peor es que semejante excitación acaba por jugarnos una mala pasada.
Verbigracia de prisa es la que viene mostrando Sergio Ramos por renovar en el Madrid y al precio que ha decidido tasarse el central. Su actitud no es la más idónea. Y esa insistencia en salirse con la suya lo está desgastando a paso de legionario. Debido a que hay un presidente con la cabeza bien amueblada y sin miedo a plantarle cara a los futbolistas que tratan de subírsele a las barbas. Y sobre todo posee una cachaza digna de encomio. Porque Florentino Pérez sabe que la prisa echa a perder la elegancia.
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