Gerard Piqué fue nacido en cuna de oro, tiene un porte distinguido, se ha hecho rico como futbolista, porque sus cualidades como central son -y siguen siendo- indiscutibles, es un empresario exitoso, habla varios idiomas, amén de ser un catalán a quien se le entiende cuando decide expresarse en la segunda lengua más hablada en el mundo: la española.
Pues bien, tan extraordinaria situación no debe bastarle para ser feliz. Lo cual deduzco cada vez que el hombre de Shaquira saca la lengua a pasear para ponerle peros a la labor de cualquier comentarista futbolístico que no sea de su agrado. En este caso, el protagonista de sus dardos ha sido Álvaro Benito. Cuya trayectoria como jugador se vio interrumpida por una afección cardiaca que nos privó de disfrutar de sus muchas cualidades futbolísticas.
Piqué ha dicho que a Benito se le nota mucho su ser del Madrid. Por haber vestido su camiseta. Lo cual no comparto. Pues pocos opinantes hay que sean más justos emitiendo sus pareceres. Y hasta recuerdo cómo su neutralidad le costó la salida como técnico de las categorías inferiores de la 'Casa blanca'. Tampoco debería olvidar el jugador azulgrana, por ejemplo, que el siempre recordado Michael Robinson se ponía de parte del Barça cuando le salía del alma. Y es que los sentimientos son difíciles de contener.
Pero hay más: a veces las críticas más severas corresponden a profesionales que se identifican con el club tratado con aspereza. Perdonen que hable de mí: muchas han sido las veces que yo he declarado que soy del Madrid desde que vestía pantalones cortos. Lo cual nunca fue óbice para ahondar más en sus defectos que en sus virtudes. Hasta el punto de que los hay convencidos de que mi madridismo es falaz. Y no hace falta decirles que ellos no me pueden ver ni en pintura. Lo cual me importa un bledo y parte del otro.
Ahora bien, lo que nunca aceptaría es que me tacharan de fanático. Puesto que formo parte de quienes piensan que el fanatismo es la ceguera de los que se toman rotundamente en serio a sí mismos y a sus opiniones. Criticar es difícil. Hacerlo acerbamente lo es aún más. Pero es mejor ser agrio en su momento que 'palmero' por sistema. Y sobre todo no olvidar nunca que los halagos desmedidos embriagan a quienes los reciben.
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