Filomena

Mucho se ha hablado y se sigue hablando de cómo los padres deben llamar a hijos e hijas. Designar el nombre de las criaturas recién nacidas no es tarea fácil. Así que debe meditarse antes de dar ese paso. Nombres hay que no han dejado de ser motivo de chanza en los colegios. Pues ya sabemos cómo se las gastan tanto niños como adolescentes cuando se trata de burlarse de alguien con un patronímico raro. 

Válgame el introito para decirles que llamar Filomena a la borrasca me ha refrescado la memoria acerca de la nieve y del nombrecito de marras. La primera vez que yo vi nevar fue en Burgos. Cuando los años cincuenta estaban avanzados. Fue una mañana dominical y me sorprendió visitando la Catedral. Monumento Nacional.

Cierto es que por la tarde hube de soportar un frío glacial en el campo de Zatorre. El terreno de juego, una vez quitada la capa de nieve que lo había cubierto, se había convertido en un barrizal. Y, para más inri, tuvimos que ducharnos con agua fría. Ni que decir tiene que la mitad de los futbolistas cogimos un trancazo de armas tomar y jugamos el siguente partido moqueando a tutiplén. 

En lo tocante a Filomena, recuerdo que era el nombre de una señora que llamaba la atención por su melena rubia, era ojizarca, tenía la tez blanquecina, el vientre plano y la cintura breve; más o menos como la corona de Carlomagno. Y unas piernas longilíneas, con muslos candentes como hierros puestos al sol. Pues bien, aquella mujer de bandera vivía acomplejada por llamarse Filomena. Ni siquiera la consolaba que sus amigos la llamásemos Filo.

Si, ya sé que Filomena fue Santa y mártir, además de cantar como un ruiseñor. Pero, con todos mis respetos para lo que significa, creo contraproducente asignar ese nombre a una niña. Porque, a medida que vaya creciendo y por mucho que quiera a sus padres, no tengo la menor duda de que acabará acordándose de la madre que los parió. Y con razón.