Leo que Andalucía está al borde del millón de desempleados y la cifra se supera ampliamente si se suman los trabajadores afectados por un ERTE y los autonónomos con prestación por cese. Una situación dramática. No es la primera vez que me refiero yo al desasosiego psicológico del parado. Aunque resulte tristemente trivial insistir en ello.
No cabe duda de que un hombre sin trabajo va de un lado a otro por la casa como un perro abandonado. Son palabras de un desempleado que es entrevistado. Y cuenta la siguiente historia: Y lo peor era mi mujer, que iba a su trabajo por la mañana a la misma hora que de costumbre y diciéndome adiós tan cariñosamente. Algo así como si yo tuviera una enfermedad incurable.
Por la tarde, cuanda regresaba a casa, yo odiaba su aire falsamente alegre, su manera de no atreverse a preguntar si había alguna novedad: "¿Qué has estado haciendo?" "No hay correspondencia para mí?" Por más que me repitiese que con su salario y mi subsidio de paro no teníamos por qué preocuparnos durante algunos meses, la angustia me impedía aprovechar mi tiempo libre.
Un varón sin trabajo se siente casi emasculado. Las dudas se apoderan de él y acaba siendo presa de una ira que estalla a media vuelta de manivela. Sí, ya sé que los hay que se acostumbran a permanecer ocioso y se complacen en ello. Suelen tumbarse a la bartola y viven a la sopa boba. Pero son los menos. El hombre ha nacido para trabajar. Por más que el currelo haya sido tachado como un castigo... Las mujeres, en cambio, lograron ser más felices cuando accedieron al mundo laboral y dieron muestras visibles de ser muy competentes.
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