Algunos lectores me preguntan por qué escribo cada vez menos acerca del deporte rey. Y les confieso de plano: nada más que soy espectador del Madrid y en ocasiones del Barcelona. Y también les digo que me es imposible ver más de un partido. Dado que la pantalla de televisión me afecta a la vista y además hay momentos en los que me aburro como una ostra. Expresión coloquial que refleja mejor el hastío que me invade.
Hartura que se produce porque no soporto ver cómo los equipos, salvo raras excepciones, tratan de jugar con remilgos insorpotables. Por más que la mayoría de sus futbolistas carezcan de cualidades para practicar ese gilifútbol que tocó fondo hace tiempo. Estilo que fue flor de un día... Lo cual no significa que servidor desprecie el buen manejo del balón a fin de llegar a la portería contraria en el menor tiempo posible.
Lo imperdonable de ese estilo -conocido como tiquitaca- fue lograr que la cursilería se adentrara en un deporte reñido con la ñoñería. Puesto que no deja de ser ridiculo ver a muchos porteros jugar con sus defensas mediante pasecitos cortos y horizantales, sin dominio de la pelota y sobre todo sin calcular las dificultades de sus compañeros para desenvolverse en zonas consideradas rojas. Amén de que en bastantes ocasiones el zaguero acaba dando un pase largo. Para ese viaje...
El Athletic de Bilbao ganó la Supercopa porque su juego fue tan eficaz cual atractivo. Destacó sobremanera el orden mantenido por el conjunto en el césped. Notándose, sin duda, la mano de un técnico partidario de que en el fútbol hay que emplearse con el estilo adecuado a las características de sus jugadores. Alternaron los pases largos cuando eran presionados muy arriba y nunca desdeñaron salir con el balón jugado si los rivales lo permitían.
Dieron los vascos un curso completo de cómo se actúa en bloque; bien para atacar y sobre todo para defender. Se vieron las coberturas, las permutas, las ayudas... Consiguieron los 'leones' anular a los mediocentros adversarios. A Casemiro lo minimizaron y lo mismo hicieron con Busquets. Por no hablar de Messi, Benzema, Hazard, Ramos y compañía. Por cierto, vengo diciendo que Casemiro lleva ya un tiempo degenerando como escudo de su defensa. De seguir así, es decir, sin hacer coberturas ni permutas, ni basculaciones, ni ayudas, mucho me temo que termine siendo un lastre como lo es ya el jugador del Barcelona.
Yo no sé si el Athletic podrá mantener ese ritmo de juego que nos ofreció en la Supercopa. Ni tampoco si le acompañará la diosa Fortuna que tuvo frente al Madrid. Con dos balones al poste que bien pudieron cambiar el resultado. Pero lo que sí tengo asumido es que sus jugadores saldrán siempre al campo con misiones concretas. Las cuales cumplirán porque la confianza en Marcelino García Toral, tras las dos victorias logradas, se habrá acrecentado hasta límites insospechados. Y es que al fútbol, señores, se juega de varias maneras. Y no creo que la del Athletic careciera de interés. Así que he creído conveniente escribir al respecto.
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