No me gusta redoblar el tambor. Pero la situación de Eden Hazard invita a que insista acerca de cómo su inoperancia en el Madrid parece no tener fin. Cierto es que su lesión en un pie lo ha venido martirizando. Pese a que ha contado con los servicios de los mejores traumatólogos y recuperadores físicos. Tampoco conviene echar en saco roto la paciencia del Madrid con su jugador estrella. Asimismo ha gozado del respeto del periodismo en general. Pero el futbolista sigue sin corresponder con su rendimiento a las esperanzas que se habían depositado en una figura que le costó a su equipo el ojo de una cara.
Ahora bien, Eden Hazard está obligado a dar más de sí. Debe dejar los miedos a un lado y luchar denodadamente por un puesto en el equipo. De no hacerlo, su conformismo con salir en los minutos de la basura irá creciendo en la misma medida que va decayendo la fe de los aficionados en él. El belga ha elegido el camino de sobrevivir como futbolista grande sin dar la talla. Y siempre es peligroso sobrevivirse. De modo que le convendría arriesgar de una vez por todas para hacerse dueño y señor de un puesto en un club que le firmó para que demostrara su singularidad. Si no lo logra, más le valdría desaparecer de un escenario que -actualmente- le viene ancho
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