Fructuoso Miaja -concejal, diputado y alcalde socialista de Ceuta- habla en sus memorias de su salida de la cárcel.
Había oído decir que cuando un preso sale de la cárcel, después de varios años a la sombra, lo que más le llama la atención son los colores. Eso me pasó a mí tras mi tiempo de reclusión. Yo había dejado una Ceuta donde los apagones se sucedían frecuentemente y la gente se asustaba de verdad. Porque volvían los recuerdos recientes: los bombardeos de la aviación, los cañonazos de los barcos, la presencia de la policía y la traición y la muerte... Ahora la electricidad nos proporcionaba seguridad; bien para trabajar, bien para leer o para ir desterrando los miedos...
Me sorprendía la moda en el vestir. La monotonía de los colores pardos y negros se iban sustituyendo por ropas mucho más vistosas. Se pusieron de moda los bolígrafos y se iba prescindiendo de la pluma estilográfica. Pronto desapareció la cartilla de racionamiento y recuerdo cómo cundió la alegría entre los ciudadanos. A mí me sorprendían tantos cambios y tan rápidos. En mi casa, sin embargo, apenas se daban cuenta del salto que se estaba produciendo de los años cuarenta a los cincuenta.
Se me desató la pasión por la lectura. Y comencé a leer muchísimo. Me apliqué a Cela, a Delibes, a Camus y me empapé de Hemingway. Me reía con Gila por no llorar. Se me iban los ojos detrás de las mujeres que vestían trajes de vivos colores y me enamoré de Marilyn Monroe en Niágara. Me deslumbraban Sofía Loren, Brigitte Bardot y Gina Lollobrigida.
Mientras me acostumbraba a esa vida, descubrí también cómo los viejos luchadores iban siendo sustituidos por jóvenes comunistas; quienes habían tomado el relevo de los combatientes más distinguidos del bando republicano y rojo. Un movimiento juvenil que terminaría cuajando avanzada ya la década de los cincuenta.
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