Creo haber dicho que llevo ya cierto tiempo sin leer novelas. Que mi tiempo de lectura está dedicado a leer biografías y algunos ensayos. Pues bien, ayer me tocó conocer la de Roland Barthes -filósofo, escritor, ensayista y semiólogo francés-, fallecido en marzo de 1980. A consecuencia de las heridas producidas en un accidente de automóvil que sufrió el mes anterior. Era conocido como El Abogado del Texto.
El placer del texto (1973) se llamaba no menos significativamente unos de sus libros. En el que se daba por hecho que el crítico no tenía una necesidad real de saber si lo que tenía en las manos era una novela, un libro de memorias o un ensayo científico: le bastaba con saber que era un texto... La obra de Roland Barthes, como su ideología, fue tildada de fragmentaria, caótica y sin coherencia posible. Pero lo que llamó mi atención de su biografía en el Anuario de 1980, fue la lección inaugural del escritor francés en Le Collége de France.
Reza así: "Si quiero vivir debo olvidar que mi cuerpo es histórico, debo lanzarme hacia la ilusión de que soy contemporáneo de los jóvenes cuerpos presentes y no de mi propio cuerpo pasado. O sea, periódicamente debo renacer, hacerme más joven de lo que soy... Voy a intentar dejarme llevar por la fuerza de toda vida viviente: el olvido.
Hay una edad en la que uno enseña lo que sabe: a esto se le llama búsqueda. Viene, probablemente entonces, la edad de la experiencia: la de desaprender, de dejar trabajar el imprevisible cambio que el olvido impone a la sedimentación de los saberes, las culturas, las creencias que uno ha recorrido.
Esta experiencia tiene, para mí, un nombre ilustre y pasado de moda que me atrevería a aplicar, aquí, sin complejo: en la encrucijada misma de su etimología -estudio del origen de las palabras-: sapientia. Ningún poder, un poco de saber, un poco de sabiduría y la mayor salvación posible".
Sí, ya sé que habrá lectores de este blog que exclamen ¡bah!... Aunque lo dicho por Roland Barthes, en su día, merezca ser motivo de reflexión entre quienes se han adentrado ya en edades que invitan a dar un paso adelante para no venirse abajo cuando los años van haciendo mella en el organismo y dificultan las ganas de permanecer activos.
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