Fructuoso Miaja -concejal, senador y al calde de Ceuta- cuenta en sus memorias que la caída de Cataluña fue un duro golpe para los que eran afectos al Frente Popular. Desde entonces tuvimos la certeza de que la guerra estaba perdida. Y, lógicamente, comenzó a cundir el desconcierto. Se hablaba ya de que Negrín quería pactar una rendición que nos permitiera tener una salida por los puertos levantinos. Pero Franco se oponía a cualquier pacto. Sabía sobradamente que las luchas intestinas estaban jugando a su favor y que sólo necesitaba dejar transcurrir el tiempo para acabar con el No pasarán.
Ante la actitud de los rebeldes, Negrín decidió que lo mejor era resistir. Y se encontró con la negativa de Casado, responsable de la defensa de Madrid, y con la del almirante Buiz, jefe de la Flota. Por tanto, se vio obligado a cambiar a los mandos militares. Casado y Mallana fueron sustituidos por mandos comunistas. Con lo cual empezó a descomponerse el Ejército Popular. Hay que pensar que el PCE era el único que abogaba por la resistencia a ultranza.
En Madrid, mientras tanto, se respiraba contra Rusia. Había nacido un sentimiento contrario a Moscú. Y de no haber salido la gente a expresarlo por las calles, los comunistas habrían cometido una escabechina para imponerse por el terror. Quienes estaban dispuestos a resistir hasta lo imposible, era lógico que impidieran todo contacto con la quinta columna franquista para cualquier tipo de rendición general.
Ante semejante confusión, y teniendo asumido que la guerra estaba perdida, me marché a Aranjuez. Desde allí, la gente procuraba salir ordenadamente hacia Alicante. Debo decir que me acompañó la suerte; pues dada mi condición de chófer me ofrecieron conducir un Hispano-Suizo y acepté encantado. Los compañeros de viaje se echaron a dormir y despertaron cuando estábamos entrando en Alicante.
Las tropas italianas mantuvieron en Alicante una especie de zona neutral. Y allí nos congregamos casi 30.000 personas. Pero los soldados y mandos del Ejército Popular, carentes de medios, no podíamos huir. A medida que pasaban los días, la angustia aumentaba porque las tropas rebeldes estaban a punto de llegar. Había personas -extenuadas y temerosas de las represiones- que optaban por suicidarse.
En cuanto aparecieron las fuerzas vencedoras, decidieron concentrarnos en un descampado llamado los Almendros. Creo recordar que fue un 17 de julio de 1939. La situación era desesperante en todos los aspectos. Vivíamos bajo el terror de ser fusilados en cualquier momento. Cosa que sucedía cada dos por tres. Y lo hacían de forma que pudiéramos oír los gritos de quienes eran asesinados. Estábamos sometidos a toda clase de vejaciones. De no haber sido por la presencia de los italianos, no me cabe la menor duda de que los rebeldes habrían cometido muchas más atrocidades.
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