Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 24 de noviembre de 2020

Los socialistas ceutíes

Fructuoso Miaja -concejal, senador y alcalde de Ceuta- habla de los socialistas ceutíes en Un hombre cabal; título del libro editado en 2003

Los socialistas ceutíes tenían un enorme poder social en el año de 1936. Contaban con la militancia de la Unión General de Trabajadores y con unos dirigentes magníficos. Aunque fueron cayendo desde el día en que se produjo el llamado Movimiento Nacional. Detuvieron a muchos jóvenes: a quienes torturaban, juzgaban y dejaban a merced de los falangistas. Y éstos, cuando les parecía oportuno, conseguían sacarlos de la celda y fusilarlos. Si bien antes sufrían las consecuencias de un trabajo consistente en cargar sacos terreros para emplearlos como defensa de la fortaleza del Hacho. A quienes flaqueaban, durante el trayecto, les propinaban vergajazos hasta dejarlos eslomados.

Un día me enteré de que habían acabado con la vida de Antonio Parrado. No sin antes hacerle pasar las de Caín. Era Parrado una de las mejores cabezas pensantes del socialismo ceutí. Escribía bien y hablaba mejor. Ambas cosas le servían para destacar en su partido. Fue perseguido y se escondió en las cercanías de la playa de Benítez. Pero su suerte estaba echada. Su culpa era ser persona con ideas adelantadas a su época. Lo detuvieron meses más tarde y lo condenaron dos veces a muerte. Tenía veintitantos años y dejó mujer e hijo pequeño. 

La noticia me hizo acelerar las conversaciones con el patrón del barco que estaba dispuesto a embarcar a veintitantas personas necesitadas de huir a Tánger. Mis compañeros de la Central Nacional del Trabajo, además de reunir el dinero que nos faltaba para pagar el medio de transporte, me habían comisionado como única persona autorizada para entenderme con quien, amén de patrón, era también propietario del barco. Ya que cualquier indiscreción se pagaba con la vida.

Sobre mí recayó una carga muy pesada. Pero me animaba el saber que, pese a mi juventud, mis compañeros estaban convencidos de que habían elegido a la persona idónea. Partía, todo hay que decirlo, con la ventaja de la buena amistad que me unía al dueño del barco. Un pesquero que reunía muy buenas condiciones y a cuyo mando estaba un marinero experto y con agallas suficientes para correr semejante riesgo.

Cierto es que no fue fácil convencer al patrón y propietario. Debido a que el hombre no cesaba de exponerme los muchos problemas que la travesía podría acarrearle a su familia. Reconozco que hube de emplearme a fondo hasta hacerle comprender, con razonamientos adecuados a la situación que vivíamos, los peligros que él y los suyos correrían si no tomaban una decisión rápida. Y él, hombre de la mar pero listo y con la intuición bastante aguzada, llegó a entender que lo mejor era poner millas de por medio. Así que todo quedó preparado para navegar en el mes de diciembre. Hasta entonces, aún quedaban días que se me hicieron eternos.




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