Fructuoso Miaja -concejal, senador y alcalde de Ceuta- cuenta en sus memorias cómo vivió los días anteriores a huir de una ciudad donde salvar la vida exigía actuar con urgencia.
Nadie se fiaba de nadie y no hacerse notar era ya una obsesión. La gente apenas se saludaba para evitar que alguien pudiera buscarle la ruina con cualquier comentario maligno. Ya que un infundio era mortal de necesidad. Yo trataba de dominar mis nervios. Si bien éstos aumentaban a medida que se acercaba la fecha prevista para escapar. Pasaba las noches en blanco. Pensando en cómo no cometer algún desliz. Todas las precauciones que iba tomando me parecían pocas. Pues estaban en juego las vidas de muchas personas.
El 18 de diciembre les comuniqué a todos los compañeros que debían presentarse -antes de las seis de la tarde del día siguiente- en la playa de Calamocarro. El sitio elegido fue la Marrajera de los hermanos Sanani. El patrón del barco se había preocupado de arreglar los trámites para que la salida no despertara la menor sospecha. Hacía viento de levante. El cual influyó para que pusiéramos rumbo a Tánger y no a Gibraltar. Yo confiaba -dice FM- ciegamente en mi amigo como marinero avezado y como hombre que andaba metido en el contrabando de tabaco y sabía capear muy bien las circunstancias adversas. Sin embargo, los embarcados se temían lo peor y la angustia se apoderó de todos.
Cuando Tánger estaba ante nuestra vista y reinaba la alegría entre nosotros, el patrón se acercó a mí para decirme que podríamos tener dificultades. Se refería a la presencia de un barco alemán, saturado de luces, que destacaba en el puerto. Tras las dudas lógicas, por cualquier inconveniente que pudiera surgir en el último momento, decidió hacer una maniobra para atracar de manera desapercibida. Logro que nos produjo enorme satisfacción. Ceuta y el terror habían quedado atrás. Aunque un sentimiento de pena nos embargaba ya por haber dejado una tierra donde nos habían nacidos y en la que estaban nuestros seres queridos.
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