Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Vacunarse contra la gripe

Desde que amanece hasta que anochece (amén de cuando despiertas sobresaltado mientras duerme por mor de las noticias relacionadas con el Covid-19 durante horas y horas) el papel natural de hombres y mujeres es la angustia. Ese miedo irracional que va socavando nuestra entereza; menguando nuestro ánimo y aguante ante una pandemia que sigue fuerte en tiempo que se preveía de tregua y dispuesta al ataque furibundo en cuanto caigan las primeras hojas de los árboles.

La llegada del otoño fue siempre temida por quienes padecían de afecciones respiratorias. Los tuberculosos se morían a chorros y los curas no daban abasto para cumplir con las ceremonias religiosas. La vida pendía de un hilo en la década de los cuarenta. En las casas de vecinos los contagios estaban a la orden del día. La canina y la falta de higiene ayudaban a que la bacteria se expandiera. Los niños llevábamos como única defensa un escapulario colgando del cuello.
 
La llegada del primer antibiótico, descubierto por Alexander Fleming, comenzó a salvar la vida de los ricos. Quienes fueron los primeros en poder acceder a los tarritos de penicilina. Los cuales escaseaban y había que acudir a los estraperlistas. Ricos que además podían permitirse el lujo de residir en sanatorios construidos en lugares donde el aire campestre era el ideal para hacerle frente a la enfermedad. 
 
Conocedor de esta situación por haberla vivido plenamente, y cambiando lo que haya que cambiar, tengo la impresión de que los hechos se repiten. Verdad es que no existe todavía la hambruna de entonces, ni la higiene es la misma de aquel tiempo, ni las viviendas son tan insalubres... Cierto es que la medicina ha evolucionado lo indecible. No obstante, hasta ahora nadie ha sido capaz de hacerle frente al bicho con la determinación necesaria.  

Así que estamos llegando al otoño con el canguelo subido de tono. Con la angustia que, de vez en cuando, se deja sentir con una frialdad pasmosa desde la cabeza a los pies y vicerversa. Sin saber si nuestra gripe otoñal, que siempre acude puntualmente a su cita, como los vendimiadores a su tajo, viene acompañada del virus que mata, y los malos pensamientos  se disparan y terminan recorriendo todas las paredes del organismo. 

Se nos ha dicho, tal vez para tranquilizarnos, que este otoño más que nunca hay que vacunarse contra la gripe. Y que hasta los sexagenarios deben hacerlo. A fin de evitar confusiones entre los médicos y para que los hospitales no se colapsen. En mi caso, que no me he vacunado nunca y que he recibido los catarros a puerta gayola, estoy deseando que anuncien los días y el lugar al cual debo acudir para recibir el pinchazo correspondiente. A fin de prevenir y, sobre todo, para que mi jindama se apacigüe y mi angustia no pase de ser el pórtico de otra cosa peor.


 
 
 
 

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