Nos encontramos en la Clínica Séptima Dental por casualidad. Aunque a primera vista hemos dudado ambos de ser los que pensábamos. Y es que han pasado muchos años sin coincidir en ningún sitio. Y, tras saludarnos como mandan los cánones actuales, Rafael Montero y servidor decidimos pegar la hebra durante nuestra estancia en la sala de espera. Salieron a relucir nuestros alifafes. Y es que los años no pasan en balde para nadie. Aunque yo le recomiendo que permanezca activo. Y es entonces cuando me habla de una afición que le permite evadirse de los achaques.
Parece que fue ayer cuando Rafael Montero me llamó por teléfono para ofrecerme el cargo de entrenador de la Agrupación Deportiva Ceuta. Pero ya han transcurrido 38 años. La segunda llamada se produjo dos días después: "Manolo, debo decirte que he dejado la presidencia del club y que Arjanda Walwanda Lalwani será el nuevo presidente. Y me ha dicho que él también desea contar con tus servicios". Corría el mes de julio de 1982. Montero había logrado ascender al equipo caballa en la temporada 79-80. Cercenando las ilusiones de ascenso del Portuense en el penúltimo partido.
Rafael Montero era editor de El Faro de Ceuta. Y me ofreció escribir en el periódico decano en los años noventa. Cuando lo creyó conveniente me dio de alta como profesional de la cosa. Y a partir de ahí trabajé duramente para aprender y, cómo no, para "ganarme las habichuelas". Incluso me ofreció la oportunidad de lograr el título de periodista por la llamada "Tercera Vía". Y le respondí que la titulitis no me afectaba. Y me miró como si yo fuera un bicho raro. Máxime cuando algunos se desvivían por obtener esa licencia.
Rafael Montero solía llamarme a su despacho cada dos por tres para decirme que mi opinión distaba mucho de la línea editorial del medio. Y a veces el desacuerdo era evidente. Pero nunca hubo entre nosotros una palabra más alta que otra. Ambos cedíamos lo justo... El editor de El Faro tenía la buena costumbre de pagar al final de cada mes. Jamás se olvidó de que eso era una obligación. Cierto día, tras estar varios años en su periódico, le comuniqué que me iba. Que mi etapa allí había acabado. Y mentiría si no dijera que trató de convencerme por todos los medios para que permaneciera en su periódico. Pero...
Hoy, tras nuestra conversación en la sala de espera de Séptima Dental, lo menos que podía hacer es recordar cómo fueron mis relaciones con Rafael Montero desde que me llamó por teléfono aquel día de julio de 1982. Y, sobre todo, porque al margen de las diferencias habidas entre nosotros en muchos momentos, que las hubo, por ser esta una ciudad pequeña donde todo se magnífica, todo se infla, todo termina por hincharse hasta extremos insospechados, le deseo lo mejor. Es decir, que sus alifafes lo dejen en paz y que le permitan seguir disfrutando de esa nueva afición tan dulce de la que me ha hablado.
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