Franco murió, tras larga y penosa agonía, el 20 de noviembre de 1975. Había gobernado durante un tiempo suficientemente largo como para que a la generación que sufrió directamente las consecuencias de la guerra sucediese otra que conocía aquellos terribles hechos por relatos, no por vivencias personales. La diferencia era muy grande. Por eso, en aquel otoño había recelo en ciertos sectores, expectación en otros, pero tanquilidad casi generalizada.
No en vano se cumplían las previsiones sucesorias: la proclamación de don Juan Carlos y doña Sofía no fue acogida con grandes manifestaciones de júbilo porque durante muchísimos años la organización de Prensa y Propaganda había extendido sobre ellos y la institución que encarnan un velo de silencio no exento de insinuaciones malévolas. El sentimiento Monárquico estaba maltrecho; los soberanos se aplicaron a restaurarlo con su conducta ejemplar. La primera fase de aquel reinado corresponde a lo que suele llamarse la Transición.
Cuando la muerte de Franco, yo residía en Mallorca. Y allí conocí a Josep Meliá: abogado, periodista, investigador, escritor, político... Personaje renacentista. Me lo presentó mi siempre recordado Juan Daniel Pascual. Y desde entonces, nada más vernos, me hacía la siguiente petición: "De la Torre, por favor, siga hablando de fútbol en los medios de comunicación; pues corren tiempos difíciles y hay que entretener a la gente...".
Josep Meliá llego a ser Secretario de Estado de Información durante el Gobierno de Suárez. Amén de ocupar otros cargos destacados. En 1980 fue nombrado delegado del Gobierno en Cataluña. Meliá era de mi quinta; es decir, ambos habíamos nacido cuando 1939 estaba dando las boqueadas. Un día, tras el archiconocido escándalo del partido Mallorca-Mestalla, Juan Daniel Pascual me recomendó el asesoramiento de Meliá. Pero yo hice caso omiso a su proposición. Tanto Juan Daniel Pascual como Josep Meliá se fueron muy pronto a ese sitio del cual no se regresa nunca.
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