Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 11 de septiembre de 2020

Ni esparadrapo

En febrero acudí yo a un centro de salud para que me tratasen una herida que no dejaba de sangrar. Y la enfermera de guardia me dijo que no tenía ni esparadrapo. Denuncia amarga, sin duda alguna, según deduje por la expresión del rostro de una profesional que se avergonzaba de tamaña irresponsabilidad por parte de las autoridades que gestionan la cosa. Y me hice cargo de su desaliento. 

Así que no me sorprendí cuando en marzo el coronavirus cogió a los hospitales escasos de personal y sin medios adecuados para enfrentarse a la enfermedad... ¡Pues qué coño -perdonen la interjección- van a tener unos centros donde carecen hasta de esparadrapo!  Lo ocurrido en el tercer mes del año no se borrará de la mente de quienes pudimos salvar el primer embate de la Covid-19.

 
Fueron días confinados y atentos a las noticias televisadas. Informaciones preñadas de muertes y desolación. Y sobre todo del horror que nos causaba saber que médicos, enfermeras, enfermeros y auxiliares se enfrentaban al 'bicho' sin posibilidades de combatirlo con los materiales necesarios. Así se mantenían en sus puestos: con arrojo suficiente para salvar vidas a costa de poner en peligro las suyas y la de sus más allegados.

La actitud de los profesionales de la medicina caló hondamente entre la ciudadanía. Y los balcones fueron las atalayas elegidas para homenajearlos todos los días y fiestas de guardar. En vista de que era notorio que si ellos flaqueaban la Parca se haría dueña de la situación. Cundió el miedo a la par que hacía acto de presencia la admiración por quienes hasta entonces se habían visto obligados a quejarse públicamente del maltrato que recibían por cumplir con sus obligaciones en sus puestos de trabajo. 
 
A medida que el virus fue perdiendo fiereza, aunque se nos dijo por quienes saben que esa tregua duraría hasta la llegada del otoño, los políticos no han cumplido con su deber: el cual no es otro que hacer acopio de materiales y de personal suficiente para que los hospitales no parezcan el campo de Agramante. Lugar donde reina la confusión y el desorden. Máxime cuando la infección evidencia cada día que no está dispuesta a rendirse.

El incumpliento de los gobernantes se nota en que ya faltan camas para acoger a los enfermos, cuando aún no ha llegado el otoño. En que el personal sanitario insiste acerca de que la mitad de sus compañeros están dados de baja por la enfermedad y sobre todo por la angustia -antesala de la depresión- que se apoderó de ellos. Y que es de vital importancia la contratación de personal cualificado para afrontar una segunda oleada de contagios que no cesan. Pero nadie parece prestarles la atención debida. 


En fin, si las autoridades alegaron en marzo que el virus los había cogido cuando estaban pensando en las musarañas, que es un estado placentero para descansar de tanto currar (?), no creo que ahora puedan alegar lo mismo. De ser así se habrían ganado el derecho a ser corridos a gorrazos. Que es el mínimo castigo al cual se habrían hecho merecedores.
 
 
 


 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 



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