No pocas fueron las veces que escribí yo de Mariano Rajoy entre 2011 y 2018. Porque, además de que era presidente del Gobierno, es un personaje que ni pintiparado para describirlo. Así que no dudé en hacerle la prosopografía correspondiente y que reproduzco a continuación. Debido a que el expresidente lleva varios días puesto en evidencia.
Es un Bon Vivant. Amante de una buena mesa, un buen vino y el habano correspondiente. Irresoluto. De figura desgarbada y dificultades para vocalizar. Da la impresión de ser un hombre antiguo. El cual está convencido de que el paso del tiempo lo cura todo. Discípulo de Manuel Fraga, de quien se decía que el Estado le cabía en la cabeza, Mariano Rajoy lleva tantos años ocupando cargos políticos que ha llegado a convencer a los suyos de que hablar de ensoñaciones políticas o ideológicas, sean las que sean, no hace sino alejar a la gente que no le presta la menor atención a tales cuestiones. Alardea de ser un hombre normal. Lo cual hay que traducir por inteligente. Tampoco escatima elogios para el aburrimiento.
El mejor Rajoy es cuando desdeña la timidez y recupera su estilo alegre, sencillo, repleto de espontaneidad estudiada y teñido de un humorismo que habría firmado el mismísimo Julio Camba, escritor gallego. A mí me encanta el Rajoy que echa mano de la ironía y remata, si la ocasión lo requiere, con el sarcasmo. Es cuando sus palabras salen en el Congreso de los Diputados cortantes como un bisturí. Momentos en que afluyen a su rostro las arrugas y sus ojos se mueven a velocidad vertiginosa. A veces bizquea... Y hasta da la impresión de que los aplausos de sus palmeros le sientan peor que un traje de luces a un torero nacido en Wisconsin.
De aquel Rajoy me había olvidado ya. Me quedaba el recuerdo de verlo caminar con su estilo tan peculiar por los parajes de su Galicia natal. Y, cómo no, del día en el cual salió de Génova para refugiarse en el reservado de un bar cercano para no pensar en el voto de censura que se iba a producir de un momento a otro en el Congreso. Lo que nunca pensé es que lo pudieran poner en la Picota. Columna de piedra siempre dispuesta para abochornar a una persona a causa de sus faltas. Ojalá que el expresidente del PP salga de esa situación dando respuestas convincentes.
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