He recibido varias llamadas para agradecerme el haber recordado a Fructuoso Miaja. Y sobre todo por anunciar que tengo previsto publicar sus memorias en este blog. Así que he decidido dedicarle hoy un segundo capítulo. Los demás irán saliendo espaciadamente... Como dije ayer.
El mundo al que vino Fructuoso Miaja -concejal, senador y alcalde de Ceuta- estaba enloquecido por la Primera Guerra Mundial. En 1917 aún se mataban los contendientes con bayonetas, los cascos de los caballos chapoteaban en el barro, rugían los cañones, y los tanques dejaban surcos de tragedia por donde pasaban. España, aunque se había declarado neutral, vivía la contienda dividida en dos bandos: francófilos y germanófilos.
Semejante dicotomía dio posibilidades al rey Alfonso XIII para decir una de sus chocantes observaciones: "En España sólo los mangantes y yo somos francófilos". Ya se hablaba de él entre la aristocracia internacional como un rey con jettatura, es decir, que daba mala suerte por el numeral. El trece es considerado mala sombra desde las proposiciones de Maimónides, las famosas trece. Y así le fue a España a partir de entonces.
De todas formas, la neutralidad había llenado las arcas de los más ricos, que hicieron negocios suculentos vendiendo mercancías a los aliados, aunque en su fuero interno deseaban la victoria del Kaiser. Comenzaron a subir los precios de los productos de primera necesidad, en tanto y cuanto los salarios se quedaban por debajo de lo previsto en tales circunstancias. Y, naturalmente, el malestar entre la clase obrera comenzó a dar señales de vida.
1917 se convirtió en la época dorada del Centro Nacional del Trabajador. Había nacido la CNT en 1910, pero siete años más tarde se convirtió en la primera fuerza social de una España conflictiva. Sucedió a raíz del fracaso de la huelga general revolucionaria, que acabó comprometiendo, sobre todo, al partido socialista y a su sindical obrera, cuyos dirigentes terminaron en la cárcel y condenados a cadena perpetua. Barcelona se puso a la cabeza de la España conflictiva. Los anarquistas dejaron la ciudad a oscuras e impusieron el cierre masivo de las fábricas
De las provincias pobres emigraban las familias a Barcelona, Bilbao y Madrid. El campo se contagiaba del ambiente violento y las revueltas de los campesinos andaluces y extremeños resonaban en España amplificadas por la revolución rusa. El Ejército estaba dividido por intereses de ascensos y la eterna tirria entre artilleros e infantes. Y todo en medio de un desorden que asustaba a la población.
Joselito y Belmonte se disputaban el cetro taurino, mientras que Samitier y Zamora principiaban a ganar adeptos para el fútbol. Deporte que muy pronto alcanzaría un auge superior al que disfrutaba la llanada fiesta nacional. Pronto llegaría la muerte de Joselito en Talavera, y el llanto de Ignacio Sánchez Mejías serviría de preámbulo al funeral de éste.
En Ceuta, la gripe había hecho mella entre los más débiles. Había aumentado la mortalidad. Pero la ciudad empezaba su crecimiento al amparo del comienzo del Protectorado. Se notaba ya el aumento de población, pues si en 1910 tenía unos diez mil habitantes, siete años después rondaba ya los veinte mil. En un escenario tan complicado, donde la masa estaba dispuesta a transformar la realidad de unas diferencias de clase insultantes, nació un niño, Fructuoso, que encontró el camino trillado para convertirse en un anarquista empeñado en hacer esa revolución que él creía tan necesaria.
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