Me dice que nunca se le borrará de su mente los miedos pasados durante marzo, abril y mayo. Reconoce que el temor se apoderaba de él cuando Fernando Simón salía en televisión a dar el parte de los muertos habidos en las últimas horas. Cuenta que hubo momentos en los que el pánico le dejaba petrificado. Fija la mirada en su mujer e hijos. Confiesa que le costaba lo indecible dormir. Así que muchas noches las pasaba en blanco. De modo que tuvo que recurrir a la clásica valeriana.
Declara que cumplió estrictamente con todas las normas impuestas durante el confinamiento por mor del coranavirus. A pesar de la dureza que supuso tantos días sin poder atender su negocio. Destaca lo bien que le vino tener un dinero ahorrado para que no se uniera otra preocupación a la del susto que le ocasionaba un bicho que mataba a discreción. Resalta que fue recibiendo con alegría la reducción de las restricciones impuestas por el Gobierno para combatir la pandemia. Pero que los primeros días iba por la calle como si jamás la hubiera pisado.
Estamos sentados en una terraza con ocho o nueve mesas situadas a la distancia ordenada por las autoridades. Excepto la nuestra, todas las demás están vacías. Acabamos de tomar nuestros cafés y charlamos con las mascarillas puestas. Llegan dos hombres y se sientan a una mesa contigua a la nuestra. Tienen toda la pinta de ser veinteañeros. No llevan mascarillas. Uno de ellos comienza a toser de forma tan seca como violenta. En cuanto puede hablar, le dice al compañero que tose así desde la noche anterior y que está acojonado. Y remata la faena con la siguiente revolera: "Si cojo el virus trataré por todos los medios de contagiar a otros". Y se queda tan pancho.
En Barcelona, unos muchachos anuncian en las redes sociales que van a jugar un partido de Fútbol sala entre infectados por el coronavirus y no infectados. Una pachanga que tiene como motivo desafiar a la muerte. Dos señoras muy de derechas, y católicas fervorosas, hablan en una emisora de radio que ellas no dejarán de abrazar a sus padres, a sus hermanos y hermanas, ni tampoco al resto de la familia, porque así lo decida el Gobierno presidido por Pedro Sánchez.
Los hay que no llevan la mascarilla preceptiva o bien la lucen como quieren y les da la real gana. Es decir, al desgaire. Y, por si fuera poco, cada mañana, cuando salgo a caminar, me tropiezo con un grupo de corredores perteneciente a la milicia que lo hacen por la izquierda. En vez de ir por su lado y en columna de a uno. Hay suficientes motivos para que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad tuvieran la misma celeridad en multar como la tienen con otras infracciones. De no ser así, el rebrote del virus será antes de lo previsto por los científicos.
Declara que cumplió estrictamente con todas las normas impuestas durante el confinamiento por mor del coranavirus. A pesar de la dureza que supuso tantos días sin poder atender su negocio. Destaca lo bien que le vino tener un dinero ahorrado para que no se uniera otra preocupación a la del susto que le ocasionaba un bicho que mataba a discreción. Resalta que fue recibiendo con alegría la reducción de las restricciones impuestas por el Gobierno para combatir la pandemia. Pero que los primeros días iba por la calle como si jamás la hubiera pisado.
Estamos sentados en una terraza con ocho o nueve mesas situadas a la distancia ordenada por las autoridades. Excepto la nuestra, todas las demás están vacías. Acabamos de tomar nuestros cafés y charlamos con las mascarillas puestas. Llegan dos hombres y se sientan a una mesa contigua a la nuestra. Tienen toda la pinta de ser veinteañeros. No llevan mascarillas. Uno de ellos comienza a toser de forma tan seca como violenta. En cuanto puede hablar, le dice al compañero que tose así desde la noche anterior y que está acojonado. Y remata la faena con la siguiente revolera: "Si cojo el virus trataré por todos los medios de contagiar a otros". Y se queda tan pancho.
En Barcelona, unos muchachos anuncian en las redes sociales que van a jugar un partido de Fútbol sala entre infectados por el coronavirus y no infectados. Una pachanga que tiene como motivo desafiar a la muerte. Dos señoras muy de derechas, y católicas fervorosas, hablan en una emisora de radio que ellas no dejarán de abrazar a sus padres, a sus hermanos y hermanas, ni tampoco al resto de la familia, porque así lo decida el Gobierno presidido por Pedro Sánchez.
Los hay que no llevan la mascarilla preceptiva o bien la lucen como quieren y les da la real gana. Es decir, al desgaire. Y, por si fuera poco, cada mañana, cuando salgo a caminar, me tropiezo con un grupo de corredores perteneciente a la milicia que lo hacen por la izquierda. En vez de ir por su lado y en columna de a uno. Hay suficientes motivos para que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad tuvieran la misma celeridad en multar como la tienen con otras infracciones. De no ser así, el rebrote del virus será antes de lo previsto por los científicos.
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