Hablando con un político del PP de cuando la derecha trataba de soltar lastre para abrirse camino en la España democrática, éste me pregunta sobre los recuerdos que yo tengo de esa época. Y le digo que de las piernas de Celia Villalobos cuando las lucía como chica de Jesús Hermida en la televisión. Y es que la malagueña encandilaba con los oportunos cruces de unas extremidades que a partir de la rodilla se convertían en una línea de metro.
Confieso que las piernas de aquella señora, tan celebradas entonces, me impedían centrarme en lo que ella pudiera hablar de sus ideales y demás cuestiones políticas y sociales, expuestas a debate por el indecible Hermida. De manera que entre los nervios que me producían los tiques nerviosos del presentador y la excitación causada por el tipazo de la Villalobos, el programa me dejaba exhausto pero dispuesto a repetir como espectador.
Las piernas de Celia fueron motivos de muchas disputas entre parejas. Porque era enfocarlas las cámaras y allá que se iban los tíos de boca hacia donde Sharon Stone nos acostumbró a mirar por si acaso. Y, claro, las chais se enojaban y muchas terminaban montando la escena y dándose el piro al dormitorio de las venganzas.
A mí me parece que en ese programa alcanzó Celia su momento cumbre. Pues en aquella España, que principiaba a despertar, las piernas de ella eran todo un soplo de aire fresco y una forma de asistir a un espectáculo de cabaré político. Cierto es que hubo otras chicas Hermida que también fueron decisivas para estimular la líbido de quienes la tenían casi agotada de tanto predicar España como destino universal.
Mas nunca consiguieron ni siquiera igualar a una CV que, además, se acoplaba muy bien con la masa. A ella, sin duda, y sobre todo a sus longuilíneas piernas, debió la derecha el poder irse haciendo un hueco en la España democrática. Porque ni Fraga ni Hernández Mancha tenían tirón. Todo lo que vino después, es decir, todos los cargos que desempeñó la populista pepera, sirvió para desmitificarla. O sea, para que el icono de sus piernas fueron perdiendo calidad de poster. Y ya sabemos lo complicado que resulta hacerse fan de una mujer por su buena facha y luego, al poco tiempo, tener que admirarla por su inteligencia.
Aunque verdad es que de inteligencia anduvo cortita doña Celia cuando ministra. Las cosas como son. Y encima tuvo la mala suerte de que las vacas se le volvieran locas. Pero aguantó hasta que los últimos enamorados de su pasado corporal dejaron de vivir de las rentas. Si bien ella siguió poniéndose el mundo político por montera. Hasta el punto de que era capaz de votar en el Congreso en contra de los suyos. Y es que Celia Villalobos andaba sobrada de piernas y de valor.
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