Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

miércoles, 15 de julio de 2020

Es más tranquilizante tener un Rey


Gloria Elizo, política de Podemos y vicepresidenta Tercera del Congreso de los Diputados, dijo ayer, o anteayer, que para el caso es lo mismo, que lo mejor para España sería que Felipe VI abdicara. A fin de convertir nuestro país en una República hecha a la medida de Pablo Iglesias. Político decadente. De hecho, los resultados de las elecciones tanto en el País Vasco como en Galicia han dado muestras evidentes de que la extrema izquierda está ya situada en la ladera del camino conducente a un fracaso rotundo.

Así que no tengo otro remedio que recordar la Historia muy por encima para que la señora Elizo sepa lo que pasó con las dos Repúblicas anteriores habidas en nuestro país. La I República nació hipotecada por su ilegitimidad de origen que de alguna manera no logró superar en sus once meses de existencia. Por ejemplo, en las únicas elecciones que se celebraron bajo su mandato, las elecciones constituyentes de mayo de 1873, la abstención se elevó al 61 por 100 del electorado.

La I República fue proclamada por unas Cortes en las que el republicanismo estaba en minoría y en las que la mayoría pertenecía al partido radical de Ruiz Zorrilla favorable en todo caso a una República unitaria y moderada, nunca federal. La República, además, llegó inesperadamente. Por lo que ninguno de los hombres que iban a ocupar el poder en los próximos meses como jefes del Estado -Figueras, Pi y Margall, Salmerón, Castelar- habían podido preparar, más allá de platónicas declaraciones de fe republicana y democrática, un verdadero programa de gobierno. Y todo esto fue porque desde el Estado se hacía política, y no se hacía sociedad.

Larvada por su propia debilidad legal y por las divisiones ideológicas y políticas que afloraron en el interior del republicanismo y desbordada por el proceso de polarización (agitación social, insurrección carlista, rebelión cantonal, hasta el punto de que Granada le declaró la guerra a Jaén), la experiencia republicana desembocó en una quiebra casi total de la autoridad del Estado. De modo que todo acabó como el rosario de la aurora. 

De la II República cabe decir que María Zambrano describió su pronunciamiento, aquel 14 de abril, como algo tan hermoso como inesperado: "Pasaban guardias civiles llevados a hombros por el pueblo, por las gentes del pueblo de Madrid, y ellos eran felices. Los rateros se declararon en huelga; no hubo hurto, por pequeño que fuera. Las gentes, dice la escritora, sólo pensábamos -es muy cursi, lo sé, pero es verdad- en amarnos, en abrazarnos sin conocernos. Llorábamos de alegría, unos y otros en la Puerta del Sol. Yo estaba allí cuando llegó Miguel Maura, cuando entró en el Ministerio de Gobernación...". 

Sin embargo, los planes del gobierno, las reformas agrarias, militar, religiosa y territorial, polarizaron la vida política. En parte, por la resistencia que a las reformas hicieron los sectores afectados por ellas, la Iglesia y la España católica, los propietarios de tierras y parte del Ejército; pero también por el escaso acierto (técnico y político) con que áquellas se plantearon, y por la agresividad y doctrinarismos que inspiraron algunas medidas y en particular la política religiosa.  

Un Rey constitucional, señora Elizo, aparece fuera del territorio de la política, no sufre desgaste y preserva la continuidad. Los reyes que tenían, y ejercían poderes políticos, fueron en su día destronados: ocurrió con Isabel II y Alfonso XIII no vivió como monarca más que una década. Cierto es que Alfonso XIII podía resultar seductor a corto plazo pero a menudo, su capacidad para la política le hacía encontrar gusto en los defectos menos nobles. Con frecuencia resultaba entrometido, indiscreto, imprudente... De no serlo, cómo habría podido decir que la presidencia de Maura a la de Sánchez Guerra era semejante a pasar del Rith a la posada del Peine.

Juan Carlos I cumplió sobradamente facilitando la transición de la Dictadura a un sistema democrático. Lo cual no es óbice para que se reconozcan y juzguen sus reprochables acciones. Ahora bien, el espíritu práctico español nos dice que en nuestro país -por ahora- es más tranquilizante y más seguro para la estabilidad y continuidad democrática, tener un Rey de las características de Felipe VI, que una República.






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