Hace ya bastantes años, precisamente en agosto, un lector de mi columna en un periódico local, me regaló un libro con la siguiente dedicatoria: "Manolo, te lo envío porque es lo mejor que hay para calibrar nuestra voluntad y nuestra paciencia. Espero que consigas llegar al final. Algo que a mí me ha sido imposible. Un abrazo". Se trataba de En busca del tiempo perdido. El Mundo de Guermantes, escrito por Marcel Prouts. Debo decir que lo leí de cabo a rabo y con la minuciosidad de quien busca más aprender que distraerse con la lectura de 737 páginas atiborradas de barroquismo y de máximas y pensamientos.
La segunda vez que leí El Mundo de Guermantes, el cual goza de un sitio destacado en los anaqueles de mi modesta biblioteca, fue durante el verano de 2015. Cinco años después he vuelto a tener el ejemplar entre mis manos y voy ya por la página 379. En la que el narrador le concede la palabra a Du Boulbon, especialista destacado en neurología y que había sido llamado para tranquilizar a la abuela del personaje principal de la novela. Habla, pues Du Boulbon, dirigiéndose a la señora que confiesa ser muy nerviosa
Aguante usted el ser calificada de nerviosa. Pertenece usted a esa familia magnífica y lamentable que es la sal de la tierra. Todo lo grande que conocemos nos viene de los nerviosos. Ellos y no otros son quienes han fundado las religiones y han compuestos las obras maestras. Jamás sabrá el mundo todo lo que les debe, y sobre todo lo que han sufrido ellos para dárselo. Saboreamos las músicas exquisitas, los hermosos cuadros, mil delicadezas, pero nada sabemos de lo que han costado a los que las inventaron, de los insomnios, de las lágrimas, risas espasmódicas, urticarias, asmas... Una angustia de morirse que es peor que todo eso y que acaso conozca usted, señora.
El nerviosismo, señora -sigue hablando el especialista-, es un imitador genial. No hay enfermedad que no remede a maravilla. Imita hasta hacerle a uno equivocarse la dilatación de los dispépticos, las náuseas del embarazo, la arritmia del cardíaco, la febrilidad del tuberculoso. Si es capaz de engañar al médico, ¿cómo no ha de engañar al enfermo? ¡A! No se figure usted que me burlo de sus males; si supiera comprenderlos no intentaría tratarlos.
Y, ahí tiene usted, no hay confesión buena como no sea recíproca. Le he dicho a usted que no hay ningún gran artista sin una enfermedad nerviosa; es más -añadió Du Boulbon alzando gravemente el dedo índice-, sin ella no hay gran sabio posible.
Leer El mundo de Guermantes no es fácil. Pero merece la pena hacerlo aunque sea por llegar hasta las páginas en las cuales entra en escena el especialista en enfermedades nerviosas.
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