Leído tengo que los burgueses de 1900 se ponían barrigones porque se preocupaban muy poco de seducir por su atractivo físico a las mujeres dependientes de ellos financieramente. Podían permitirse el ser feos sin correr el peligro que les dejasen plantados porque tenían los cordones de la bolsa. Pero esa explicación fue perdiendo credibilidad con el siguiente ejemplo: las mujeres aceptaban en aquella época estar dotadas de unas redondeces que hoy parecerían desagradables.
El asunto es muy sencillo: la medicina no había descubierto todavía a comienzos del siglo XX los peligros que el exceso de peso hacía correr al organismo de los obesos. Todo lo contrario: nuestros abuelos consideraban a los bebés rollizos, a los niños de mejillas rotundas, a las mujeres anchas de caderas y pechos generosos, a los hombres confortables, como parangones de salud.
En cambio, la delgadez de los enclenques, macilentos, era sinónimo de peligro... Por consiguiente, la muerte podía ser conjurada comiendo mucho. Y los hombres no se privaban de ello. Si se morían de apoplejía, lo atribuían a un golpe de mala suerte, no a un golpe de tenedor. Valga, como ejemplo, la anécdota del doctor Gregorio Marañón y don Pedro Sainz Rodríguez (catedrático de Lengua y Literatura, diputado monárquico en las Cortes constituyentes de 1931, etcetera).
Don Pedro Sainz era bajito y redondo como un barril. Así que un día quiso saber qué pensaba su amigo, el doctor Marañón, sobre su obesidad. Y éste, hablando delante de un grupo de amigos, le dijo: "No debe usted preocuparse excesivamente por su obesidad; tiene una gran salud. Usted es un gordo constitucional y no le conviene adelgazar excesivamente, aunque es posible que muchos médicos se lo aconsejen".
Y don Pedro, con su habitual ironía, respondió: "Pues mire usted, Marañón, como creo que soy lo único constitucional que queda en este país, voy a conservarme lo más gordo posible".
Desde hace ya mucho tiempo los médicos vienen condenando los kilos de más. En los medios de comunicación se multiplican las advertencias contra el exceso de peso. Y los hombres, cada vez más, aceptan limitarse por la única razón que puede hacerles renunciar al placer de comer y de beber más de la cuenta: la esperanza de vivir más tiempo y de mejorar su imagen. También las mujeres, además de hacer deporte, van dejando de comer por gula.
Frase
"Si alguna vez no sabe cómo animar una conversación que languidece, saque a colación el tema de la comida".
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"Si alguna vez no sabe cómo animar una conversación que languidece, saque a colación el tema de la comida".
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