Hoy me han preguntado si escribir diariamente no me cansa. Y contesto a media vuelta de manivela: el cansancio de quienes escriben se produce si carecen de lectores. Y, afortunadamente, no es mi caso. Y además he contado la siguente anécdota: hace dos años estuve a punto de palmarla. Así que tuve que estar tres días encamado en cuidados intensivos. Y lo primero que hice, tras ser dado de alta y sometido a fuerte tratamiento, fue seguir contando historias... Hasta el punto de que mi hija suele decirme que al paso que voy terminaré escribiendo más que Alonso Fernández Madrigal, más conocido como el "Tostado" o el "abulense". Que ya es decir.
Lo peor de leer y escribir, porque ambos ejercicios van cogidos de la mano, es el desgaste que va causando en la visión. Hasta que terminas con los ojos arrasados. De modo que te conviertes en un cliente asiduo del oculista. Sin olvidar lo mucho que sufren cervicales y lumbares por malas posturas adoptadas frente al ordenador. Dolencias que te obligan a visitar al fisioterapeuta cada dos por tres. Menos mal que mi condición de andariego también me ayuda a combatir las molestias musculares. Y, naturalmente, no me afecta al coco. Puesto que permanecer mucho tiempo sentado sin mover el esqueleto acaba por trastonar el tarro a medida que el espejo te retrata como si fuera Oliver Hardy.
Lo que nunca pensé yo es que iba a escribir gratis. Cuando he sido tantos años profesional de la escritura. O sea, que cobraba. Si bien es cierto que el dinero no lo es todo. Máxime cuando yo formo parte de quienes pueden darse con un canto en los dientes. Que no es poco en los tiempos que corren. Amén de que mi condición de escritor aficionado me permite decir lo que creo conveniente. Vamos, que soy yo quien decide censurarse. Lo cual es muy del agrado de los lectores. Y, dado que quien escribe lo hace para ser leído, no tengo motivo alguno para cansarme. O sea.
Lo peor de leer y escribir, porque ambos ejercicios van cogidos de la mano, es el desgaste que va causando en la visión. Hasta que terminas con los ojos arrasados. De modo que te conviertes en un cliente asiduo del oculista. Sin olvidar lo mucho que sufren cervicales y lumbares por malas posturas adoptadas frente al ordenador. Dolencias que te obligan a visitar al fisioterapeuta cada dos por tres. Menos mal que mi condición de andariego también me ayuda a combatir las molestias musculares. Y, naturalmente, no me afecta al coco. Puesto que permanecer mucho tiempo sentado sin mover el esqueleto acaba por trastonar el tarro a medida que el espejo te retrata como si fuera Oliver Hardy.
Lo que nunca pensé yo es que iba a escribir gratis. Cuando he sido tantos años profesional de la escritura. O sea, que cobraba. Si bien es cierto que el dinero no lo es todo. Máxime cuando yo formo parte de quienes pueden darse con un canto en los dientes. Que no es poco en los tiempos que corren. Amén de que mi condición de escritor aficionado me permite decir lo que creo conveniente. Vamos, que soy yo quien decide censurarse. Lo cual es muy del agrado de los lectores. Y, dado que quien escribe lo hace para ser leído, no tengo motivo alguno para cansarme. O sea.
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