Cuando yo asistía a un partido de fútbol, mi deseo era presenciarlo, en modo alguno escuchar la interpretación que mi vecino de localidad hacía de las jugadas que también yo estaba viendo. Recuerdo que en mi etapa como entrenador, en cuanto tenía la posibilidad de ver un encuentro para comprobar la evolución de cualquier jugador o de los equipos contendientes, procuraba por todos los medios situarme en un lugar de la grada en el cual pudiera eludir los comentarios ajenos.
Dejé de frecuentar los estadios poco después de retirarme de la profesión. Así que debió ocurrir en el año de la nana. Tampoco el fútbol en pantalla me llama la atención. Me limito a ver los partidos del Madrid y algún otro que prometa ser interesante. Aunque mentiría si no dijera que las retransmisiones de nuestras televisiones me parecen muy buenas, técnicamente superiores a la de otros países. Ya que están sobradas de experiencia.
Lo que sigo sin soportar es la narración de los partidos. Por mor de unos locutores que siguen aferrados a los viejos recursos de efusividad verbal, tan necesarios en la radio, y que en televisión no tienen cabida. Por más que se esfuercen por traducirnos en palabras lo que estamos viendo con nuestro propios ojos, como ya les decía Miguel Delibes en Pegar la hebra. Lo cual significa, en palabras llanas, entablar conversación.
Los glosadores, además, hablan muchísimo para emitir sus pareceres. Incluso los hay que siguen sin enterarse de que "el idioma bien empleado es bien entendido y apreciado por las personas poco instruidas, mientras que las rarezas y las extravagancias, aunque no sean percibidas por esas personas, estremecen a quien sí posee alguna instrucción". Vamos, que yo no echo de menos los partidos televisados.
Sí, claro que tiene perfecto derecho a decirme que a mí no me gusta el fútbol. Y hasta puede que le dé la razón. Porque a mí lo que me chiflaba es ver los partidos desde el banquillo. Sobre todo en aquellos que parecían una trinchera. Desde la que se veía el partido a ras de suelo. Y había que ser un lince para tomar las decisiones oportunas... A fin de cambiar el curso del encuentro o mantenerlo. Era correr una aventura.
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