En 2016, si mal no recuerdo, escribí sobre Antonio Martín, siendo aún propietario del Estanco San Martín, situado en El Sardinero. Contaba yo entonces que muchas mañanas, cuando me dirigía hacia mi casa, tras haber andado ya varios kilómetros, entraba en su establecimiento para pegar la hebra con él. Charlas que se convirtieron en habituales y que nos sirvieron para conocermos mejor. A pesar de que hacía ya muchos años que un amigo común nos había presentado.
Nuestra amistad se fue cociendo a fuego lento. Muestra palpable de que ambos estábamos convencidos de que era lo más adecuado para que nuestro aprecio fuera duradero. Celebré el día que se jubiló... Porque sabía que lo estaba deseando. Pero el jubileo de mi amigo cortó de raíz nuestras conversaciones políticas, deportivas, sociales, etcétera. De las que manaban, en ocasiones, opiniones encontradas. Las cuales no influyeron nunca negativamente en nuestro compañerismo.
Antonio Martín me leía cuando yo escribía en periódicos de papel y en el Internet. Y también forma parte de esos lectores que, a las diez de la noche, acceden a este blog, con puntualidad inglesa, para empaparse de mis opiniones futbolísticas, políticas, sociales... Yo sé cómo respira mi amigo políticamente. Pero jamás ello ha sido motivo de discordia entre nosotros. Tampoco su pasión por el fútbol le ha hecho torcer el gesto por mor de críticas no compartidas por él. Aunque debo confesar que en ocasiones me reprocha que hable mucho del Madrid y que no diga ni pío del Athletic. Su equipo desde que vestía pantalones cortos.
Antonio suele llamarme por teléfono cada dos por tres. Y hablamos de la familia, del miedo que nos causa el virus, de cómo hemos sobrellevado el confinamiento, de la política actual y sobre todo de los deseos evidentes que tenemos de que amaine el temporal de las desgracias que nos está tocando vivir. Al fútbol, aunque ustedes no lo crean, apenas le hemos dedicado unos minutos. Los justos para coincidir que hay cosas más importantes de las que hablar en estos momentos.
Por ejemplo, Antonio se queja de que él ha procurado que su familia fuera sometida a los tests del Coranavirus. Y que no lo ha conseguido ni en la sanidad pública ni tampoco en la privada. Algo que lo saca de quicio. Y uno, como no podía ser de otra manera, lo entiende. Dado que hay razones que son de cajón. En fin, que nos despedimos con una frase muy torera: "Que Dios reparta suerte".
Antonio Martín me leía cuando yo escribía en periódicos de papel y en el Internet. Y también forma parte de esos lectores que, a las diez de la noche, acceden a este blog, con puntualidad inglesa, para empaparse de mis opiniones futbolísticas, políticas, sociales... Yo sé cómo respira mi amigo políticamente. Pero jamás ello ha sido motivo de discordia entre nosotros. Tampoco su pasión por el fútbol le ha hecho torcer el gesto por mor de críticas no compartidas por él. Aunque debo confesar que en ocasiones me reprocha que hable mucho del Madrid y que no diga ni pío del Athletic. Su equipo desde que vestía pantalones cortos.
Antonio suele llamarme por teléfono cada dos por tres. Y hablamos de la familia, del miedo que nos causa el virus, de cómo hemos sobrellevado el confinamiento, de la política actual y sobre todo de los deseos evidentes que tenemos de que amaine el temporal de las desgracias que nos está tocando vivir. Al fútbol, aunque ustedes no lo crean, apenas le hemos dedicado unos minutos. Los justos para coincidir que hay cosas más importantes de las que hablar en estos momentos.
Por ejemplo, Antonio se queja de que él ha procurado que su familia fuera sometida a los tests del Coranavirus. Y que no lo ha conseguido ni en la sanidad pública ni tampoco en la privada. Algo que lo saca de quicio. Y uno, como no podía ser de otra manera, lo entiende. Dado que hay razones que son de cajón. En fin, que nos despedimos con una frase muy torera: "Que Dios reparta suerte".
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