Desde febrero, más o menos, estamos sometidos a una gran inseguridad y tensión en todas las esferas de la vida social. La aparición del coronavirus está alterando nuestra forma de vivir y poniendo a prueba nuestra disciplina y los grandes deseos que tenemos de no rendirnos ante un enemigo que mata a discreción. Un asesino cuya capacidad de acceder a nosotros es incuestionable. Dado que posee medios suficientes para sorprendernos. Sus víctimas preferidas son las personas mayores. Aunque no respeta a nadie.
Al Gobierno le siguen achacando que el virus pudo ser detenido a tiempo. Si bien es cierto que tampoco los partidos de la oposición tomaron las medidas convenientes para que el bicho no tuviera innumerables personas a su disposición. Me estoy refiriendo a las manifestaciones y otros espectáculos que debieron suspenderse en su día. A partir de ese momento, muchos han sido los errores cometidos por quienes nos gobiernan. Y lo que te rondaré, morena. De errores y de mentiras piadosas estamos hasta... la coronilla.
Tampoco conviene olvidar que de la tragedia se están aprovechando quienes se dedican a la venta clandestina o fraudulenta de los materiales necesarios para hacerle frente a la infección. Estraperlistas calificados -otrora- de cuello duero. Personajes cuya vocación consiste en amasar dinero como prueba evidente del éxito que han tenido y del prestigio atesorado mediante sus chanchullos a gran escala. De no ser así, las cosas serían de otro modo bien distinto.
De lo que no se libra nadie es del miedo. Del pánico que ha sembrado El COVID-19. Es cierto que el instinto de vida y el instinto de muerte forman parte de la naturaleza humana; y es cierto que, por razones de supervivencia, la evolución biológica ha proporcionado al hombre una reacción emotiva más intensa ante el peligro y el miedo que ante la esperanza y la seguridad (Arieti, 1978). Por tanto, es mucho más difícil alcanzar la serenidad que la depresión...
La depresión por lo que viene ocurriendo saldrá a relucir cuando la gente haya pasado tan mal trance. Será entonces cuando los sanadores de la mente se vean desbordados por los pacientes. Según me dice un sicólogo, conocido, con quien suelo hablar de higos a brevas. A quien no tengo el menor inconveniente en contarle que hay una frase que se ha puesto de moda y que a mí me repatea: "Cuando pase la pandemia todos seremos mejores personas". Lo cual entiendo como una forma de tranquilizar la conciencia a costa de innumerables muertos.
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