Me confiné en casa un día antes de que el Gobierno decretara el estado de alarma. Es decir, que me enclaustré el día 13 de marzo. Debido a que las noticias que llegaban tanto de China como de Italia no auguraban nada bueno para nosotros. Mi salida a la calle, cada mañana, era para caminar casi dos horas a buen ritmo, acompañado de mi mujer. Ejercicio aeróbico que nos venía muy bien para tener a raya tanto al colesterol como al azúcar. Así que nos convertimos en andariegos empedernidos.
Llevo, por tanto, veintiocho dias recluido. Aunque sigo sin descuidar mi condición física. Puesto que suelo caminar por el pasillo de la casa -con paso firme- durante una hora y media. Lo cual, traducido en pasos, suponen más de diez mil. Por consiguiente, todos los días recorro 8 km. Sí, ya sé que andar por el pasillo no es precisamente estimulante para nadie. Y mucho menos para quienes les cuesta lo indecible caminar por prescripción médica. Pero a falta de pan... O sea, que yo les recomiendo que se pongan cuanto antes a mover el esqueleto.
Cuando me preguntan si el aburrimiento no se apodera de mí en ocasiones, contesto que no. Que yo estaba ya acostumbrado a pasar muchas horas en mi modesta biblioteca... A pesar de que mis ojos no cesan de enviarme señales blandas para que me entere de que están hasta los huevos de mí. Pero yo sigo llevándoles la contraria. Dado que ellos no entienden que es necesario leer para escribir. Que la lectura es primordial. Cierto es que leer y escribir es tarea ardua, compleja... Máxime en los tiempos que corren...
Llevamos ya mucho tiempo hablando y escribiendo del Coronavirus; conocido también como El "mal feo". Que así eran llamadas las epidemias en la Edad Media y el Renacimiento, de peste u otras, con su apariencia de castigo divino, enviado a toda la población de forma súbita y fulminante. Tenemos embotadas las meninges de cuanto se nos dice acerca del COVID-19 por parte de los políticos. Tratamos de domeñar el miedo a ser contagiados. Y, por si fuera poco, hablar de La Parca se ha convertido en algo habitual. Cuando toda la vida de Dios ha sido considerado de mal agüero referirse a ella con tanta insistencia.
En fin, que a partir de ahora voy a procurar por todos los medios contar historias añejas para olvidarme de que existe un asesino silencioso que está matando a tutiplén, ante la mirada atónita de unos científicos que no han sido capaces todavía de hacerle frente con las armas que solamente ellos son capaces de fabricar. Lo cual no deja de ser preocupante. Así que Dios nos coja confesados.
Llevo, por tanto, veintiocho dias recluido. Aunque sigo sin descuidar mi condición física. Puesto que suelo caminar por el pasillo de la casa -con paso firme- durante una hora y media. Lo cual, traducido en pasos, suponen más de diez mil. Por consiguiente, todos los días recorro 8 km. Sí, ya sé que andar por el pasillo no es precisamente estimulante para nadie. Y mucho menos para quienes les cuesta lo indecible caminar por prescripción médica. Pero a falta de pan... O sea, que yo les recomiendo que se pongan cuanto antes a mover el esqueleto.
Cuando me preguntan si el aburrimiento no se apodera de mí en ocasiones, contesto que no. Que yo estaba ya acostumbrado a pasar muchas horas en mi modesta biblioteca... A pesar de que mis ojos no cesan de enviarme señales blandas para que me entere de que están hasta los huevos de mí. Pero yo sigo llevándoles la contraria. Dado que ellos no entienden que es necesario leer para escribir. Que la lectura es primordial. Cierto es que leer y escribir es tarea ardua, compleja... Máxime en los tiempos que corren...
Llevamos ya mucho tiempo hablando y escribiendo del Coronavirus; conocido también como El "mal feo". Que así eran llamadas las epidemias en la Edad Media y el Renacimiento, de peste u otras, con su apariencia de castigo divino, enviado a toda la población de forma súbita y fulminante. Tenemos embotadas las meninges de cuanto se nos dice acerca del COVID-19 por parte de los políticos. Tratamos de domeñar el miedo a ser contagiados. Y, por si fuera poco, hablar de La Parca se ha convertido en algo habitual. Cuando toda la vida de Dios ha sido considerado de mal agüero referirse a ella con tanta insistencia.
En fin, que a partir de ahora voy a procurar por todos los medios contar historias añejas para olvidarme de que existe un asesino silencioso que está matando a tutiplén, ante la mirada atónita de unos científicos que no han sido capaces todavía de hacerle frente con las armas que solamente ellos son capaces de fabricar. Lo cual no deja de ser preocupante. Así que Dios nos coja confesados.
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