Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 19 de abril de 2020

Días para recordar

Recordar es otro de los ejercicios que vengo practicando desde que estoy entre cuatro paredes. Y me permite comprobar que mi memoria goza de buena salud. Así que experimento un gran placer. En esta ocasión, me he acordado de Tomás Osborne MacPfherson. Con quien mantuve unas extraordinarias relaciones siendo él vicepresidente del Racing Club Portuense y yo entrenador del equipo racinguista. Fue en esa primera etapa como técnico del club de mi pueblo cuando sucedió lo que les voy a contar.

El Portuense, entrenado por Ventura Martínez -excelente entrenador y extraordinario amigo-, había empezado a rodar por la ladera conducente hacia el descenso. Así que aprovechando el deseo de Ventura -nacido en Madrid y afincado en Jerez de la Frontera- de fichar por el Jerez Industrial, mal clasificado en Segunda División A, Antonio Torres Santiago, secretario general del club, requirió mis servicios. Y decidí afrontar el reto. El cual no era fácil. 

Fue entonces cuando tuve la oportunidad de conocer mejor a Tomás Osborne MacPfherson. Vicepresidente del club y sobre todo mecenas. El fútbol era su pasión y el Portuense el equipo de sus amores. Recién terminada la temporada 71-72, y habiendo logrado el objetivo que se me había encargado, el vicepresidente me dijo que su amigo Escartín deseaba conocerme. Y no tuvo ningún reparo en recordarme que esa entrevista era muy conveniente porque estaba muy cerca la fecha de un examen selectivo para poder acceder al Curso Nacional de Entrenadores en la capital de España. Y le hice caso.

Pedro Escartín lo había sido todo en el fútbol: jugador aficionado, árbitro internacional, seleccionador español, además de periodista y escritor. Y, por si fuera poco, actuó como miembro del Comité Disciplinario de la FIFA durante muchos años. Era una persona de gran relevancia. Tenía amigos influyentes en toda España y fuera de ella. Así que el día acordado para la visita me presenté en el domicilio del señor Escartín. En el número 22 de la calle de Hermosilla. Vivía don Pedro en un edificio cuya escalera olía a cocido y meada de gato.

Me recibió una muchacha vestida de cofia, bata y delantal de sirvienta. La cual anunció mi llegada al señor tocando con los nudillos en los cristales de azogue de la puerta de su despacho. Su voz, la de don Pedro, que a mí me pareció atiplada, me dio la venia para acceder ante él. Se hallaba tecleando una Olivetti. Y se levantó para saludarme. Iba en bata y en zapatilla. Y nos sentamos frente a frente a su mesa de trabajo.

Tras los saludos de rigor, y después de interesarse por su amigo, Tomás Osborne, sus ojos lagrimosos, por su edad, había cumplido ya los setenta, y por ser un lector empedernido, parecían dos linternas tratando de ver dentro de mí. De pronto, va y me dice: "Usted tiene fama de ser intransigente con los árbitros, hasta el punto de que muchos de ellos no lo tienen en buena estima".

Y a mí sus palabras palabras me sonaron a cuerno quemado. Y, claro, no dudé en responderle a media vuelta de manivela.

-¿Sabe usted, don Pedro, si Franco ganó la guerra tirando peladillas?...

Y don Pedro tardó nada y menos en levantarse de la silla para decirme a voz en cuello: "¡Haga el favor de abandonar mi despacho inmediatamente!".

Y allá que tomé las de Villadiego hasta llegar a la Cafetería Bar Recoletos, propiedad de mi siempre recordado Luis Elices Cuevas, a quien tuve como entrenador y amigo. Cuando le conté a Luis lo que me había ocurrido, no pudo contener la risa. Eso sí, tras festejar mi comportamiento, mi amigo no dudó en vaticinarme la respuesta que iba a recibir por parte de quien no estaba acostumbrado a que nadie le rechistara. Y acertó plenamente.


 












No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta mis escritos ,pero desde el respeto.

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.